Si todos recordásemos cuanto en la vida hemos hecho, se necesitaría una nube de esas donde el internet cuelga sus imposibles. Los que hemos escrito Memorias sabemos bien que no todo se cuenta porque, de saberse algunas intimidades, acabarían por despreciarnos.
Al Rey Padre no le dejan ni que escriba la parcialidad de las suyas. Si hacemos caso a Don Quijote, “la ingratitud es hija de la soberbia” y hay, en estas censuras exageradas, una intención clara de ocultar lo bien hecho de un monarca que se arriesgó a la hora de decidir lo que más convenía a España. Y acertó. Después vinieron las veleidades y las fermosuras que también Cervantes nos recuerda su falta de coincidencia con la voluntad sensata, pero esos son otros cantares.
Juan Carlos I tuvo tiempo de afilar los colmillos y, con toda razón según lo que ve, ha pedido a los jóvenes que apoyen a su hijo… ¿Qué de malo tiene eso? La Casa Real se ha manifestado señalando su breve discurso como “inoportuno e innecesario”.
Sinceramente creo que en destacados miembros de la Familia se suceden también las ligerezas.