El largo invierno de España: la Transición no resolvió 40 años, sino siglo y medio de fracaso estructural

4 de diciembre de 2025
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Franco y Carmen Polo. | Enciclopedia Humanidades

La Guerra de la Independencia no fue solo una victoria contra Napoleón, sino el origen de una profunda inestabilidad sistémica

La Constitución española de 1978 es el hito que clausura la dictadura franquista, pero su verdadero logro histórico fue poner fin a un «largo invierno» que se extendió desde 1812. El desafío que la Transición abordó no se limitaba a resolver los 40 años de Franquismo (1939-1975), sino a desmantelar un bucle trágico de avance y reacción que, durante más de siglo y medio, impidió la modernización plena de España.

El periodo de 1812 a 1978 es el relato de un «parto fallido» de la modernidad, donde las élites conservadoras y la Iglesia boicotearon sistemáticamente cualquier proyecto liberal, republicano o democrático, perpetuando un atraso crónico.

I. La fractura inicial: el legado catastrófico de 1812

La Guerra de la Independencia (1808-1814) no fue solo una victoria contra Napoleón, sino el origen de una profunda inestabilidad sistémica. Sus consecuencias no hicieron sino sentar las bases del siglo XIX:

  • Pérdida imperial y económica: aceleró la independencia de las colonias americanas, secando la principal fuente de riqueza.
  • Fractura política infranqueable: creó el abismo entre liberales (herederos de Cádiz y la Ilustración) y absolutistas (defensores del Antiguo Régimen y la alianza Trono-Altar).
  • Militarismo crónico: dotó al Ejército de un papel político central, acostumbrando a los militares a ser árbitros de la vida pública mediante los «pronunciamientos».
  • Purga intelectual: la condena al ostracismo y exilio de los «afrancesados» supuso la expulsión de gran parte de la inteligencia moderna, un lastre que generó el desprecio por el pensamiento crítico.

II. El ciclo de golpe y reacción: el siglo XIX

El siglo XIX español fue un constante vaivén entre la dictadura absolutista y las inestables aperturas liberales, siempre manchadas por la violencia y las Guerras Carlistas.

  • Fernando VII (1814-1833): representó el deseo del absoluto, anulando la Constitución de Cádiz y persiguiendo salvajemente a los liberales, convirtiendo a España en el país más reaccionario de Europa occidental.
  • Isabel II (1833-1868): su reinado fue una sucesión de gobiernos inestables y corruptos, donde el poder real residía en los generales- políticos (Espartero, Narváez, O’Donnell), no en las instituciones civiles.
  • El Gran Tropiezo Democrático (1868-1874): el Sexenio Democrático, con su Monarquía Democrática (Amadeo I) y la Primera República, fue un intento fallido de implantar la democracia plena. La fragmentación interna y la presión militar hundieron la República, y su inestabilidad fue usada como arma contra todo proyecto democrático futuro.

III. El atraso velado y la injerencia eclesiástica

El régimen de la Restauración (1874-1923) ofreció una estabilidad superficial basada en el «turnismo» (alternancia pactada) y el «caciquismo» (fraude electoral generalizado), pero mantuvo a España en un profundo atraso social y económico. El sistema era una oligarquía corrupta que excluía a las masas.

Un hilo conductor decisivo en este largo invierno fue el papel de la Iglesia Católica.

  • Pilar de la reacción: desde 1814, fue el pilar ideológico del absolutismo y la reacción contra el liberalismo, oponiéndose a la desamortización y a la educación laica.
  • Obstáculo al avance: su control casi total de la educación y la moral fue clave en el desprecio a los intelectuales y la tardanza en la adopción de avances sociales. Mientras Europa debatía el sufragio universal y la seguridad social, España seguía anclada en debates sobre la legitimidad monárquica o la propiedad de la tierra.

IV. La tragedia de la modernización exprés (1931-1978)

La Segunda República (1931-1939) fue el intento más serio de modernización exprés, buscando condensar en años las reformas que Europa tardó un siglo en implementar. Sus aciertos (Constitución democrática, creación de escuelas, reforma agraria, estatutos de autonomía) fueron ambiciosos.

Sin embargo, la velocidad y radicalidad de algunas reformas encendió una reacción violentísima en los poderes fácticos: la Iglesia, el Ejército, los terratenientes y las élites conservadoras. El clima político polarizado de los años 30 impidió el pacto.

El Golpe de Estado de 1936 no fue la única causa de la pobreza española, sino el punto culminante y definitivo de un siglo y medio de fracasos estructurales: el militarismo endémico, la incapacidad de la clase política para pactar y la injerencia eclesiástica.

Finalmente, el Franquismo (1939-1975) fue la victoria final de la España reaccionaria. Instauró una dictadura que supuso el aniquilamiento físico y moral del pensamiento liberal, socialista y anarquista, e impuso el nacionalcatolicismo, devolviendo a la Iglesia el control total de la moral y la educación. Si bien el «milagro español» de los años 60 trajo crecimiento económico, se hizo a costa de la libertad y generó un subdesarrollo político y enormes desigualdades.

V. La Transición de 1978: el fin del Antiguo Régimen

El mito a romper es el de una España estable y próspera antes del golpe de 1936. La Constitución de 1978 significó, en realidad, la clausura forzosa y definitiva del Antiguo Régimen político que había resurgido una y otra vez desde 1812.

La Transición resolvió la pobreza integral (económica, educativa, política y cultural) generada por siglo y medio de:

  1. Intervención militar como norma.
  2. Reacción eclesiástica como freno intelectual y social.
  3. Incapacidad de pacto de las élites civiles.
  4. Exclusión social de la inmensa mayoría.

Por lo tanto, el reto de la España democrática no fue solo el legado de un dictador, sino la superación de una dinámica histórica de 166 años de inestabilidad sistémica y negación de la modernidad.

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