Entre la parálisis y la esperanza

25 de septiembre de 2025
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Parálisis I Freepik

No es sólo un dato anecdótico el 80 aniversario de la Organización de Naciones Unidos, es el momento justo de preguntarnos si la ONU sigue siendo el foro donde el mundo pueden dirimir los grandes conflictos o sólo es un ente con discursos solemnes y buenas intenciones.

Es una etapa crítica con el multilateralismo agonizando, los autoritarismos creciendo, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) a punto de fracasar y crisis humanitarias y morales como el genocidio en Gaza. Aquella promesa de “nunca más” parece el slogan de una buena intención, más que una realidad tangible.

La misión con las que surgió esta organización era clara: evitar otra conflagración tras la Segunda Guerra Mundial, proteger los derechos humanos y promover el desarrollo. Hoy, a 80 años, el camino ha estado lleno de luces y sombras. Sí, acuerdos contra el desarme, protección de derechos humanos, buscar la eliminación del racismo y la tortura, ser un garante del Derecho Internacional, operaciones de paz, programas de alimentación y salud. Sí, nadie ha hecho más. La ONU ha sido y es un pilar civilizatorio, práctico, ético y moral.

LAS SOMBRAS

Por otra parte, los fracasos o limitaciones de la ONU son visibles y, en muchos casos, escandalosos. Comenzando por el Consejo de Seguridad que paraliza cualquier acción contundente para salvar a millones de gazatíes o llegar a un acuerdo en el conflicto de Ucrania y Rusia. Cualquier acción que socave los intereses de Washington, Tel Aviv, Moscú o Pekín cae en la más absoluta parálisis y olvido.

La promoción y defensa de los derechos humanos se convirtió en un cliché para los territorios ocupados, los campos de refugiados, los migrantes, los exiliados o los presos en cárceles clandestinas. El pleno goce de los derechos humanos parece una tarjeta VIP exclusiva para el Occidente blanco y capitalista.

Mención aparte merecen los ODM para 2030, mientras la desigualdad se dispara, el hambre enfrente cifras críticas y nos ahogamos entre incendios, inundaciones y sequías.

No sólo nos ahogamos los ciudadanos del mundo, también la ONU sufre con una asfixia financiera sin precedentes. Estados Unidos y China aportan más de 40% del presupuesto de la organización y lo pagan a cuentagotas y condicionado, por lo que se depende en 70% de contribuciones voluntarias que responden más a intereses nacionales y alianzas que a un compromiso moral con el desarrollo global.

La falta de un presupuesto sólido y estable, sumada a la inoperancia burocrática, la duplicación de misiones y la parálisis crónica del Consejo de Seguridad, proyectan a la ONU como una institución atrapada entre la nostalgia de lo que fue y la irrelevancia de lo que amenaza con ser.

LAS LUCES

Dar por finiquitada la ONU sería una torpeza y un absurdo histórico. No existe ni ha existido otro foro que de voz a 193 países y que por, desiguales que sean, puedan sentarse y hablarse al tú por tú. Ningún otro organismo podría coordinar ayuda humanitaria a esa escala. Nadie más logra establecer reglas comunes para el comercio, clima, infancia, mujeres, refugiados o el desarme. Nadie. Ni pueden ni quieren.

Más que un epitafio, este aniversario tendría que verse como un renacimiento. Urgen reformas institucionales que permita a la ONU operar por un mundo mejor, más justo y equitativo. Es indispensable blindar las cuotas obligatorias, limitar el chantaje de unos cuantos, priorizar la prevención frente a la reacción, incluir a la sociedad civil y a los históricamente marginados. Urge abrir el debate de cara al futuro con dientes, no sólo con discursos y “supuestas” buenas intenciones de las potencias.

El relevo de la secretaria general en 2026 debe poner a una mujer al frente, una mujer con credibilidad y comprometida con el Sur Global, pero capaz de negociar con el Norte y los intereses occidentales.

La ONU fue, es y sigue siendo el único laboratorio capaz de crear un nuevo pacto mundial, no debemos dejarlo morir y resignarnos entre la fuerza y el veto. Que este aniversario signifique el punto de quiebre para la renovación.

*Por su interés reproducimos este artículo de Kimberly Armengol publicado en Excelsior.

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