El propósito de la democracia, como sistema de organización social y política, es cerrar el espacio para evitar que el poder y la capacidad de tomar decisiones se adquieran por medio de la violencia.
Asimismo, el esquema democrático moderno obliga a gobernantes y representantes populares a respetar las leyes vigentes y los derechos de las personas, en el ejercicio de sus funciones.
Naturalmente, el fin último de la democracia es el empoderamiento de la gente, a través de la participación ciudadana, y la resolución ordenada y progresiva de los problemas sociales, en un ambiente de libertades, colaboración y diálogo constructivo.
En un célebre discurso de 1863, el entonces presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln, definió de forma sencilla pero muy ilustrativa el sistema democrático: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Ahora bien, los países occidentales cuyo modelo de organización es la democracia padecen desde hace años una crisis de representación política e institucional que pone en entredicho precisamente los principios y valores democráticos.
De continuar este desgaste, que resta credibilidad hacia la clase política y el andamiaje democrático por parte de la población, será cada vez mayor el riesgo de una regresión hacia modelos de organización de corte autoritario e incluso dictatorial.
Aunque la sociedad actual de estas naciones suele dar por sentada la democracia, lo cierto es que este sistema exige de determinadas prácticas civilizadas para ser funcional, o de lo contrario deteriorarse hasta la desaparición.
La alternativa autoritaria o dictatorial tiene consecuencias nefastas: por lo general, los gobiernos reprimen cualquier expresión disidente con violencia; tienen nulo respeto por los derechos y libertades de los ciudadanos; abusan del poder para enriquecerse por medio de la corrupción, y demás calamidades.
Por señalar un ejemplo, una gran ventaja del sistema democrático es que gobernantes y representantes son elegidos por el voto de la gente, lo cual implica, a su vez, procesos electorales periódicos y la renovación de dichos cargos.
En cambio, los modelos autoritarios buscan perpetuar en el poder al dirigente o líder carismático y su grupo político. Para lograrlo, las dictaduras se sirven de todo medio a su alcance, incluidos excesos criminales —basta ver las miles de personas asesinadas por los gobiernos militares de Chile y Argentina el siglo pasado, o el desastre socialista en Cuba y Venezuela vigente a la fecha—.
En otras palabras, y parafraseando al ex primer ministro de Reino Unido, Winston Churchill, la democracia es la peor forma de gobierno con excepción de todas las demás. La frase usa la ironía para hacer notar que, a pesar de sus defectos, el modelo democrático es el más conveniente para una sociedad. Sin embargo, los países necesitan de hombres y mujeres dispuestos a defender los fundamentos en los que se cimienta la organización democrática. Cuando ello no ocurre, la debacle es inevitable, pues la democracia se construye y consolida todos los días.
Según los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su libro “Cómo mueren las democracias”, la tolerancia y la contención son elementos importantes que se han degradado en distintas latitudes, ya que los actores políticos no han estado a la altura de las circunstancias.
Por tolerancia, los autores se refieren al respeto entre adversarios políticos, bajo el entendido de que en una democracia la pluralidad es un activo que debe procurarse, y que pueden coexistir diferentes posiciones ideológicas y proyectos de nación, bajo las reglas democráticas.
La contención es descrita como el ejercicio mesurado y responsable del poder, sin ceder ante la tentación de abusar de las atribuciones y facultades legales, violando los principios de la democracia y pervirtiendo el espíritu de este sistema de organización.
La salida está en tender puentes de entendimiento y derribar los muros de incomprensión; el deber de todos los sectores de la sociedad es hallar terreno común y colocar el acento en aquello que nos une, haciendo a un lado diferencias banales.
Solo así podremos superar los problemas sociales, económicos y políticos que nos aquejan. Para tal cometido, la democracia será solo el punto de partida imprescindible.
*Por su interés reproducimos este artículo de Guillermo Fournier Ramos publicado en Diario de Yucatán.