El arte y la palabra

15 de mayo de 2025
3 minutos de lectura
'El Cristo de la paciencia', obra de Manuel Moleón. /FI

JAVIER CASTEJÓN (médico y escritor)

El arte y la palabra han sido, desde tiempos inmemoriales, vehículos privilegiados del pensamiento y la sensibilidad humanas, y referentes indispensables de toda sociedad para la transmisión de valores entre generaciones. Esta misma idea expresaba en «La montaña mágica» el Nobel de Literatura Thomas Mann, cuando afirmaba que «…no hay que desposeer a los humanistas de su función de educadores…, pues son los únicos depositarios de una tradición: la de la dignidad y belleza humana».

Sin embargo, en la actualidad, las Humanidades, ese conjunto de disciplinas que abarca la filosofía, la literatura, la historia y las artes, sufren un menoscabo alarmante. En un mundo cada vez más orientado hacia el pragmatismo y la inmediatez, la educación y la cultura han sido reducidas a su valor de mercado, dejando en un segundo plano su capacidad de transformar al individuo y a la sociedad.

Y aunque es cierto que si bien las disciplinas humanísticas han atravesado múltiples crisis a lo largo de la historia, pocas veces se han visto tan relegadas como en nuestros días. En los sistemas educativos modernos, se ha optado por priorizar las disciplinas técnicas y científicas en detrimento de aquellas que promueven el pensamiento crítico y la sensibilidad estética.

Como señala la filósofa Martha Nussbaum, la educación contemporánea tiende a formar individuos aptos para el mercado, pero no necesariamente ciudadanos capaces de cuestionar y construir el mundo que habitan. Para Nussbaum, las Humanidades no son un lujo, sino una necesidad fundamental para la democracia y la vida en común.

Esta situación actual de nuestra sociedad nos lleva a evocar, por su similitud, a la Edad Media como «edad oscura» de la Humanidad, como la denominó el humanista del Renacimiento Petrarca, fundamentando esta triste denominación en el ocultamiento que sufrió durante aquellos siglos el legado filosófico, artístico y cultural grecorromano. Fue una época en que el arte y la literatura quedaron sometidos al dogma y a la funcionalidad, y supeditados al predominio de supersticiones y religiones.

Solo con el Renacimiento y su reivindicación de la herencia clásica, las Humanidades volvieron a ocupar un lugar central en la sociedad. Símbolos paradigmáticos de este retorno pueden citarse, entre otros muchos, al pintor de la «Capilla Sixtina» Miguel Angel Buonarroti y al autor de «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha» Miguel de Cervantes. Al primero, por su concepción del arte como búsqueda incesante de perfección y verdad, a quien se atribuye la sentencia «…mi alma no encuentra escalera al cielo a menos que sea a través de la hermosura de la tierra…»; y a Cervantes, por su obra cumbre sobre la naturaleza de la realidad y la imaginación, que le valió el título de «Príncipe de las letras». Ambos representan el espíritu de una época en la que la cultura no era un adorno, sino un pilar de la existencia.

Fruto de esta reflexión surge una pregunta fundamental: ¿hacia qué modelo de sociedad nos dirigimos?. Ortega y Gasset advertía en «La rebelión de las masas» sobre el peligro de una sociedad que desprecia la cultura y se deja arrastrar por el ruido de la inmediatez. Para el filósofo español, una comunidad que olvida la importancia de las Humanidades pierde la capacidad de comprender su propia historia y, con ello, la posibilidad de proyectarse hacia el futuro con sentido.

A esta preocupación se suman las reflexiones de la filósofa y escritora Hannah Arendt, quien destacó la necesidad del pensamiento crítico como salvaguarda contra la banalidad del mal. En un mundo donde la cultura se ve desplazada por el entretenimiento vacío y las redes sociales dictan los ritmos del conocimiento, el papel de las Humanidades se vuelve más crucial que nunca, pues ellas enseñan a mirar más allá de la superficie, a cuestionar y a comprender lo que significa ser humano.

Hoy, la falta de apoyo a las Humanidades no solo se manifiesta en la educación, sino también en la falta de inversión en proyectos culturales y el desinterés de muchas administraciones por preservar el patrimonio artístico e intelectual. Se ha asumido que la cultura debe ser rentable, y cuando no lo es, se la deja morir en un rincón. Esta visión mercantilista ha llevado al empobrecimiento del espíritu y al abandono de los ideales que alguna vez hicieron grande a la civilización.

Es urgente una reivindicación de las Humanidades, no como capricho nostálgico, sino como necesidad impostergable, pues ellas son, como las define la Real Academia Española «el estudio de aquello que hace al ser humano un ser capaz de trascender, crear y comprender su mundo».

La historia nos ha demostrado que el arte y la palabra no son simples ornamentos del espíritu, sino su esencia misma. Si permitimos que sean relegados al olvido, perderemos no solo nuestro pasado, sino también nuestra capacidad de imaginar un futuro distinto. El poeta Rainer Maria Rilke dijo que «la verdadera patria del hombre es su infancia», y si en esa infancia no sembramos las semillas de la cultura y la reflexión, estaremos condenados a vivir en un presente perpetuo de superficialidad y vacío.

El reto está en nuestras manos: devolver al arte y a la palabra el lugar que les corresponde en la sociedad, y con ello, rescatar la dignidad de lo humano en su expresión más profunda.

Manuel Moleón, pintor
Javier Castejón, escritor

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