El precio de la mentira es ninguno

10 de diciembre de 2024
3 minutos de lectura
Manos pasando dinero debajo de la mesa. | Fuente: Freepik
RAFAEL FRAGUAS

El precio de la mentira es ninguno. Y ninguno es el precio de la insidia, el falso testimonio o la incompetencia moral. ¿Cuánta mentira, cuánto rencor y cuánta tensión premeditada, los ciudadanos demócratas hemos tenido que aguantar desde que hace seis años, debutara el primer Gobierno plural tras 40 años de democracia? No hemos visto a ningún pseudoperiodista, de esos que pululan alrededor de los grandes hombres de negocios, reconocer públicamente sus intentos de linchamiento de repesentantes políticos surgidos de las urnas. No hemos visto tampoco a ningún corrupto admitir que piensa devolver lo robado a la sociedad. Ni a ningún juez prevaricador ser sancionado a manos de sus congéneres, por sus imputaciones gratuitas, indicios inconsistentes y sin pruebas, que destrozan famas, vidas y familias enteras, mientras desaniman cualquier propósito social de concordia. ¿Hay alguien que, en verdad, confíe en la mediosfera pseudoperiodística, en los monopolios corruptos o en la Justicia, que debiera atajar tantas exacciones? Es difícil rebatir que la situación de la Justicia en España se asemeja a la de una herida cuya infección estuviera gangrenando buena parte del tejido social y político.

Pero resultaría desproporcionado volcar sobre esos pocos gacetilleros, mercachifles y togados, pese a su irresponsabilidad, todo cuanto descompone la cohesión social, requisito absolutamente necesario para la convivencia. Ellos se mueven en la mentira, la insidia o la incompetencia moral. Pero cada uno de nosotros, en su hábitat, no hace nada por impedir su labor de zapa. Callamos y transigimos, mientras ellos perforan el bastidor de nuestra convivencia en paz.

Creo sinceramente que hay una serie de individuos en puestos relevantes amargados por lo que Giulio Andreotti definía como el no-poder. Comoquiera que ocupan posiciones sociales relevantes, con eco señaladamente mediático y apoyos judiciales por doquier, llevan, mediante la mentira, intentando amargarnos la existencia a las gentes de a pie desde el minuto uno en que se formó el primer Gobierno plural. No han admitido que las leyes exigen una mayoría parlamentaria para gobernar, de la que carecen. Pero les da igual. Como son infelices, porque su estúpido orgullo les segrega de la sociedad y de sus valores democráticos, intentan inyectan infelicidad en todos los demás. Son gentes acomplejadas, faltonas, zafias, incultas, carentes de humor, signadas por el espíritu inquisitorial donde el rencor se macera. Carecen de ideas propias positivas, no tienen ni idea de lo que significa la política, desconocen la crucial tarea de la crítica fundamentada en la democracia para evitar abusos del poder.

Mas solo saben insultar, acosar, linchar, y disfrutan jugando con las cosas de comer, de los demás, claro. Y una cosa de comer, en este país nuestro de atribulada historia, es, ni más ni menos, que la democracia. Desconocen lo que costó conseguirla. Cuántas vidas, afanes y sueños se llevó por delante ese proceso de salida de la tiniebla de la dictadura. Quienes más disfrutan en ese juego siniestro son aquellos que nunca hicieron nada por la democracia, ni entonces ni ahora, ni siquiera hicieron nada por sí mismos, ya que en sus filas militan analfabetos y zotes voluntarios.

Entre esos periodistas irresponsables, corruptos a manos llenas y jueces prevaricadores, los que ponen cada día en peligro la convivencia de todos tensionando la vida moral y anímica del país por sus arbitrariedades, figuraban muchos de cuantos pasaron la carrera universitaria jugando al mus en el bar de su respectiva Facultad. Ali estaban siempre, pegados a los naipes y al cubata.

¿No hay entre esos botarates alguno capaz de echar una mirada a cómo está el mundo circundante y reflexionar sobre lo fácil que es que un país se precipite en la contienda civil o en lid contra otro Estado? ¿Les quedan luces para saber que, si siguen así, pueden conseguir que la furia de una polarización irreversible emerja de su letargo y vuelva a ensangrentar las calles y las plazas de nuestro bello país como lo hizo desde mediado el siglo XIX hasta que expiraron el dictador y sus secuaces? ¿Serán capaces entonces de reconocer que fueron ellos quienes atizaron el fuego de la rabia así desencadenada? ¿Qué beneficio sacan de amargar la existencia a millones de españoles que no pueden encender un televisor o una radio sin que surjan ellos mismos vociferando, degradando, linchando a quien se niegue a impregnarse de su rencor?

Millones de españolas estamos muy hartos de esos tipos de la mala hierba, que decía el llorado Miguel Hernández. ¡Váyanse a sus casas, ya está bien de aguantar que sus mentiras escritas o radiadas les recubran de un manto de impunidad merced a los prevaricadores y los corruptos que tanto les ayudan y tanto daño siembran con sus arteras conductas!

¿Qué se inventarán mañana para impedir que discurra con normalidad la actividad política democrática y seguir intentando hastiarnos mientras enlodan las vidas ajenas con la mentira como emblema y la impunidad como garantía? Ni siquiera han sido capaces de guardar silencio el día de la Constitución, fecha memorable de reconciliación que, con su actitud insultante, provocadora y rencorosa, pisotean y embarran, un año más, sin rubor alguno.

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