Más de uno o una, al no encontrar luz entre las vicisitudes de cada día, cuando las cosas se tornan difíciles, prefiere acudir a la oscuridad, arriesgando su alma, colocando sus destinos en manos de una hechicera o de un brujo, dejando la rendija abierta al averno. Esta elección no es un simple desvío de la fe, sino una verdadera apostasía del alma, un acto de desesperación que traiciona la fuente misma de la existencia.
¿Pero qué tan santos o nobles pudieran ser los propósitos de una persona para acudir a las fuerzas de la oscuridad, y en vez de postrarse ante el creador del cielo y de la tierra, prefiere hacer entrega y genuflexión a Satanás, alejando de su vida al Espíritu Santo? La respuesta es simple y rotunda: las motivaciones que buscan ayuda en las tinieblas son, en su esencia, oscuras ellas mismas. Veámoslo de este modo: cuando alguien es decente y honesto desarrolla sus inquietudes con decencia y honestidad, confiando en la providencia; pero contrariamente, cuando alguien está corrompido, no es capaz de vislumbrar otro horizonte que no sea lo putrefacto y descompuesto. Y en tal sentido, da al traste con el aroma celestial y la pureza de Dios Padre para cobijarse en la pestilencia que ofrecen las brujerías.
Una persona buena no podría nunca argumentar que asiste a la brujería y hechicería para hacer cosas misericordiosas, porque la misericordia es atributo exclusivo de la luz. De seguro, quiere torcer voluntades y destinos para imponerse sobre algo o alguien; conquistar por medio de nigromancia lo que Dios no ha dispuesto para él o ella. El propósito de la magia negra es siempre la alteración caprichosa del orden divino, la usurpación de la potestad creadora. E inefablemente todo lo obtenido usando como instrumento la magia negra, por medios nada santos, será cobrado a precio muy alto por quien lo concedió. No existe gratuidad en el averno; solo contratos onerosos cuya moneda de cambio es la paz y la eternidad.
No puede escapársele al ser humano que los hombres y mujeres de bien se hacen acompañar de gente de igual naturaleza, y quienes acuden a los brujos y hechiceras no hacen sino escoger la peor compañía, la más infame y ruin, pues el único Dios, el Dios verdadero, es un Dios celoso que no admite traición. La infidelidad espiritual es la más costosa de todas las traiciones, porque compromete no solo las circunstancias temporales, sino el destino eterno.
Las almas que prefieren al ángel sedicioso, como la trocha, en vez del camino de luz que es Dios, ante el infortunio o los reveses de la vida, solo para vengarse en la generalidad de los casos por vanidades u orgullos heridos e insatisfacciones amorosas o decepciones laborales, no logran atisbar que sus almas son el peaje que paga el brujo o hechicero como ofrenda al averno por las cargas infernales en las que ha comprometido su propia alma. El brujo es un mero intermediario que, para saldar sus deudas con las tinieblas, ofrece el alma de su cliente como garantía.
La conciencia debe ser el único faro en medio de la tormenta. Es un imperativo ético y espiritual rechazar la comodidad de la respuesta oscura, para abrazar el rigor del camino recto, sabiendo que la victoria obtenida por medios inmaculados es la única que otorga la verdadera paz.
“El precio más alto que pagamos por cualquier cosa es el de la paz interior.” — Anónimo
Doctor Crisanto Gregorio León, universitario profesor, abogado, ex sacerdote