Obsesión venezolana

21 de octubre de 2024
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Simpatizantes de la oposición de Venezuela en una manifestación en Chile. | Fuente: Matías Basualdo / EP
RAFAEL FRAGUAS

Venezuela se ha convertido en una obsesión para el denominado Occidente. Este desaforado interés “occidental” por supervisar – cuando no ingerirse en- lo que allí sucede, parece esconder algo que los mentores de la injerencia no quieren que se conozca. Veamos. Venezuela, con casi un millón de kilómetros cuadrados de superficie y 28 millones de habitantes, flota sobre el petróleo. Dotado de una riqueza inusitada en reservas gasísticas, carecía de aceras en sus calles mientras regía allí, durante la Guerra Fría, una democracia supuestamente liberal y bipartidista: copeyanos, socialcristianos, y adecos, socialdemócratas, se alternaban gozosamente en el poder. Ante aquella inercia que mantuvo, durante décadas, una desigualdad social y económica insólita pese a los recursos del país, surgió un proceso revolucionario capitaneado por militares nacionalistas, que llevó al poder a una clase obrera y campesina desposeída de toda clase de poder desde la independencia del país en el siglo XIX. Esta clase desplazó a la burguesía cosmopolita, con capital en Miami, Florida, Estados Unidos, que movía los hilos de cuanto pasaba en Caracas, capital venezolana.

Al frente de aquel movimiento, concebido como emancipatorio y revolucionario por sus mentores, se hallaba hombre singular, Hugo Chávez, que halló en la figura de Simón Bolívar, líder independentista decimonónico, el basamento doctrinal de su movimiento sociopolítico. Protagonizó varios intentos golpistas contra un régimen que, a su juicio, desangraba su patria, por lo cual sería encarcelado. Rafael Caldera, a la sazón presidente venezolano y fundador del partido socialcristiano COPEI, reconoció personalmente a este escribidor que si no liberaba a Chávez de la prisión “Venezuela se abismará en una guerra civil”, dado el ascendiente moral y político con el que Chávez contaba en ambientes populares. Y decidió liberarlo. Una vez al frente del Gobierno, el militar venezolano emprendió una serie de reformas revolucionarias de gran calado social, dando entrada en el poder a las clases hasta entonces excluidas del quehacer político, señaladamente campesinos y trabajadores. Desde el minuto cero de su ascenso al poder, se propuso superar el bipartidismo en la escena interior venezolana y en la exterior, haciendo gala del poder de Venezuela como gran potencia en hidrocarburos, optó por salir de los esquemas económicos, tan lesivos socialmente, impuestos a su país y a tantos otros por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones al dictado de Washington.

Inició así una política social transformadora y una proyección internacional rebelde a los dictados de Washington. Por ello, también desde el minuto cero de su mandato, corroborado en las urnas holgada y sucesivamente, contó con la descalificación, el boicoteo y el acoso del denominado Occidente, ese constructo ideológico al que los analistas más inteligentes denominan ya la anglosfera, es decir, el conjunto de imposiciones políticas, económicas y financieras acariciado por Washington y Londres, que han tratado de imponer al mundo posterior a la implosión de la Unión Soviética.

Alzado contra tal impostura, aislado en la arena internacional dominada por los poderosos, Chávez se alió con Cuba, a la que brindó petróleo a cambio de maestros, médicos e instructores. Miles de escuelas, viviendas y hospitales surgieron en Venezuela según datos oficiales confirmados. Allí, los sectores de la alta burguesía local, los que hasta entonces habían gozado de yates, aviones privados y copiosas cuentas en Miami sin pagar apenas un bolívar al fisco mientras el venezolano de a pie carecía de aceras en las calles de sus ciudades y pueblos, esos sectores comenzaron a conspirar contra el nuevo régimen. Y lo hacían a las órdenes y en connivencia con el gran vecino del Norte, Estados Unidos, cuyos mandatarios, demócratas y republicanos, no toleraban que nadie les alzara la voz en su “patio trasero suramericano”, sometido a sangre y fuego durante doscientos años por la Casa Blanca y sus dictatoriales títeres locales, allí instalados con mano de hierro. Que un militar nacionalista venezolano se irguiera frente al poder omnímodo de Washington fue considerado intolerable, pero Hugo Chávez y su partido no dejaba de ganar limpiamente elección tras elección. Algunos observadores internacionales de aquellos procesos pudimos corroborarlo.

Pero no era suficiente para el poder imperial airado. Obama, el presidente más guay de los habidos en Norteamérica, declaró a Venezuela “peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos de América” y el calvario para la revolución bolivariana se intensificó dramáticamente. Un cerco similar al sufrido ininterrumpidamente por Cuba desde la década de 1960, intentó estrangular la rebeldía venezolana: fondos estatales bancarios y financieros venezolanos, congelados; toneladas de oro del Tesoro de Venezuela, secuestradas en Inglaterra; prohibiciones de exportar al país suramericano artículos de primera necesidad; sanciones graves norteamericanas a cualquier tipo de comercio; diplomáticos y aviones venezolanos, capturados en el extranjero… Hugo Chávez, quiso abandonar el dólar como moneda de cambio internacional y unificar América Central y del Sur en una alianza antiimperialista. Pero, contraería un extraño y súbito cáncer, según agentes de Inteligencia españoles, a consecuencia del plutonio con el que agentes extranjeros impregnaron la silla de montar del caballo en el que acostumbraba pasear el dirigente venezolano en sus ratos libres.

Su cáncer coincidió en el tiempo con el contraído por el líder progresista argentino Kirchner… Ambos murieron en fechas cercanas.

Lo demás es sabido. Maduro, ministro de Exteriores de la Venezuela chavista, fue designado por Chávez para sucederle. Sin el carisma de su mentor, el nuevo presidente, sin embargo, revalidó electoralmente su nombramiento en distintas ocasiones, su partido ganó distintos comicios regionales y afrontó con acierto distintas embestidas de una oposición cada vez más crecida gracias a los devastadores efectos del bloqueo estadounidense impuesto al pueblo de Venezuela. La alta burguesía caraqueña sacó a la palestra a varios candidatos y candidatas, más o menos incompetentes, para desalojarle del palacio de Miraflores, sede presidencial, y persiste en su obsesión, compartida y repicada en la UE de Von der Layen, la lideresa de la Unión, quien, por cierto, dice aceptar la política antimigratoria basada en guetos extracomunitarios preconizada por la ultraderechista italiana Giorgia Meloni, Presidenta del Consejo de Ministros del Gobierno transalpino.

Así están las cosas. Mientras la Casa Blanca y la Unión Europea se abstienen de condenar las matanzas genocidas de Benjamin Nethanyahu contra Gaza, extendidas a Cisjordania y a Líbano, la Presidencia estadounidense y la UE se dedican en cuerpo y alma a execrar, acosar y descalificar al régimen venezolano de Nicolás Maduro -fruto de una revolución, no se olvide- a propósito de unas actas electorales hakeadas por la oposición, cómodamente instalada en los barrios madrileños de Salamanca, Chamberí y Chamartín; barrios estos, por cierto, de reciente adquisición inmobiliaria por parte de muchos de los 5.000 milmillonarios venezolanos que tienen aquí sus reales y despliegan sus intentos para financiar, con lo que no tributaron nunca al fisco de su país, campañas electorales de la derecha más antidemocrática.

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