Hoy: 22 de noviembre de 2024
Con una dulce señora que vive todavía coincidí en un viaje programado de esos que, a la hora de la tertulia o el descanso, acuden intimidades y confidencias. Era culta, entretenida y preguntona. A cada rato me pedía la hora. Salíamos de un museo: ¿”Qué hora es”?… Y así los dos primeros días. Al tercero me atreví:
-¿Por qué no usa reloj?
-Cuando pequeña estuve ingresada meses en un hospital donde sólo escuchaba: a tal persona le quedan dos horas o, aquella otra, de las doce no pasa… Y pensé en las horas que se clavan en los relojes de la memoria.
-Sin embargo, es en el corazón donde se acaba el tiempo, no en la muñeca…, le dije. Y se compró un reloj de mercadillo que, al menos, le duró todo el viaje.