Hoy: 26 de noviembre de 2024
Los romanos no eran conocidos por ser grandes navegantes. Sus embarcaciones no eran eficientes para recorrer largas distancias ni se aventuraban en mar abierto, prefiriendo las rutas cercanas a las costas.
Un ejemplo claro es el quinquerreme, que necesitaba 300 tripulantes para desplazar 150 toneladas, en comparación con la carabela de Colón, que con menos de 30 marineros podía desplazar 250 toneladas.
Además, no hay registros que sugieran que los romanos estuvieran interesados en explorar nuevas tierras. Sin embargo, recientes hallazgos sugieren que los romanos podrían haber llegado a América mucho antes de lo que se pensaba y regresado para contar su experiencia.
Uno de estos indicios es la representación de una piña en un mosaico de la vía Casilina, un fruto originario de Brasil, que no debería haber sido conocido en Europa hasta después del descubrimiento oficial de América en 1492.
Este enigma no es único. En Pompeya, en la Casa del efebo, destruida en el 79 d.C. por el Vesubio. También se ha encontrado un fresco que muestra una piña en un altar, flanqueada por dos serpientes. Este hecho plantea la pregunta de si hay más evidencias que indiquen una posible presencia romana en América.
En 2016, en las costas de Canadá, se descubrieron varios objetos que refuerzan esta hipótesis: una espada romana, un silbato legionario, un escudo romano y monedas de la Antigua Cartago. Además, se hallaron túmulos e inscripciones propias del antiguo Levante.
Aún más sorprendente fue el descubrimiento de la Cabeza Tecaxic-Calixtlahuaca, una figura de terracota con un notable parecido a los bustos romanos, hallada en 1933 en el Valle de Toluca, cerca de Ciudad de México, en un entierro azteca.
Esta figura, encontrada junto a objetos prehispánicos, desconcertó al arqueólogo José García Payón, quien la mantuvo en silencio por 30 años, temeroso de que fuera considerada un fraude debido a que su antigüedad, estimada en 2000 años, no coincidía con la del enterramiento.
El origen romano de la cabeza fue confirmado décadas más tarde, cuando estudios realizados en el Laboratorio de Arqueometría de Heidelberg, en 1995, corroboraron que había sido creada entre los siglos II a.C. y VI d.C.
Otros expertos, como el arqueólogo Robert von Heine Geldern y el presidente del Instituto Alemán de Arqueología, Ernst Boehringer, apoyaron la idea de que la figura era de origen romano. Más recientemente, investigadores como Romeo Hristov y Santiago Genovés reafirmaron esta hipótesis, sugiriendo que la figurilla podría datar del siglo II o III d.C.
El profesor Bernard Andreae, director emérito del Instituto Alemán de Arqueología en Roma, también confirmó que la pieza corresponde al periodo de los Emperadores Severianos (193-235 d.C.), basándose tanto en análisis de laboratorio como en estudios estilísticos.
Estos hallazgos sugieren que los romanos podrían haber tenido algún conocimiento o contacto con América mucho antes de lo que se creía, posiblemente inspirados por teorías de geógrafos como Plinio el Viejo, quien creía que era posible llegar a la India navegando hacia el oeste por el Atlántico.
Estos descubrimientos abren la puerta a la posibilidad de que algunos romanos se aventuraran más allá de las fronteras conocidas, alcanzando América mucho antes de Colón.