Hoy: 22 de noviembre de 2024
Quizás sean cosas de la edad que vuelve a las personas más sensibles, o eso dicen los viejos para justificar sus lágrimas y emociones, pero he seguido con indisimulada emoción las celebraciones del triunfo de España en la Eurocopa que han recorrido todos los rincones de España y, probablemente por la edad, se me han saltado las lágrimas.
He visto un país que celebra unido la alegría. He visto miles y miles de personas con sus camisetas y banderas de España festejando el triunfo de colores que nos representan a todos por encima del separatismo y los fanatismos papanatas que siembran odios y fobias. He oído cánticos que corean consignas de orgullo y de gloria. He sentido la pasión compartida sin distinción de edad por jugadores nacidos de padres que llegaron de Marruecos o Ghana que viven en territorios como el País Vasco o Cataluña, o en Andalucía o Valencia… y mueren en el campo como un equipo solidario por la victoria de España.
Toda esta bendita locura de euforia ya la vivimos cuando ganamos la Eurocopa y el Mundial con Vicente Del Bosque. Se llenaron balcones con banderas de España y los coches, miles de ellos, mostraban lazos con los colores de la rojigualda en antenas y salpicaderos de los coches. Aquellas victorias nos hicieron más españoles que nunca, pero duró casi lo que duran ‘dos peces de hielo en un whiski on the rocks’, que canta Sabina, y volvimos pronto a la confrontación y la disputa, esos fangos en los que la política española parece moverse con maestría.
De nuevo la selección española ha recuperado la ilusión de la afición, sobre todos de los jóvenes, y ha batido récords ante la televisión para ver sus partidos, como ocurrió en la final con casi 14 millones de espectadores y un 80% de audiencia, que es una barbaridad en estos tiempos de contraprogramaciones y diversidad en la oferta de ocio.
Desde que Oyarzabal estiró el pie y lanzó el balón al fondo de la red en el minuto 86 del partido frente a una Inglaterra que se llevaba las manos a la cabeza, y todavía más cuando Dani Olmo sacó un balón con la cabeza que llevaba impreso el empate, la ilusión arrolló y se desbordó en plazas, campos de deportes y los muchísimos lugares en los que se colocaron pantallas gigantes para ver el partido, como en Badalona, donde se concentraron 30.000 aficionados. Y desde ese instante España ha vibrado y se ha emocionado en una sola voz y en un solo grito de orgullo que ha arrinconado las voces de la discordia.
En la fiesta de anoche en Cibeles los jugadores gritaron su orgullo español y hasta Luis de la Fuente advirtió que la unidad, como en la selección, es el mejor camino para alcanzar objetivos.
Me pregunto ¿cuánto nos durará esta alegría y este abrazo solidario que abarca desde La Línea a Esplugues de Llobregat? ¿Cuánto durará el orgullo de un país enorme -“el mejor país del mundo”, dijo Morata en la celebración de Cibeles- que a veces damos la impresión de no merecer? Mientras pulsamos otra vez el botón de autodestrucción, disfrutemos y abracémonos, que ya se sabe que la felicidad dura muy poco aunque solo sea porque somos idiotas y más tontos que un palo seco.