Hoy: 22 de noviembre de 2024
Hace cien años, justo el 1 de septiembre de 1923 a las 12 horas, la isla mayor japonesa, HONSHU, con epicentro en la extensa y pobladísima llanura de KANTO, se produjo un terremoto de magnitud 8,2 que destruyó el puerto de YOKOHAMA y varias prefecturas, incluida TOKIO; destruyo numerosos edificios, que colapsaron sobre sus habitantes dejando miles de víctimas.
Con todo, esto no fue lo peor pues se produjeron incendios que se cebaron en las típicas viviendas MINKA, de madera y papel; atrapando a otros miles de personas; y esto, tampoco fue lo peor, sino que coincidió el terremoto con un tifón que propagó rápidamente los incendios produciendo remolinos incandescentes. Las víctimas se contabilizaron en 105.000 fallecidos y 37.000 desaparecidos. Una de las tormentas de fuego causó, ella sola, al menos 30.000 víctimas.
Japón, en aquel entonces, estaba sometido a una cultura belicista y expansionista, de hecho, ocupaba desde 1910 la península de COREA. Pues bien, con ocasión del desastre, no se les ocurrió a las autoridades japonesas otra cosa que señalar a los coreanos que vivían en Japón de ser causantes o propagadores de los incendios, incluso utilizando bombas para ello. La población japonesa, en su desesperación, no dudó de aquel bulo y persiguió a los coreanos, causando al menos otros 6.000 muertos. Así mismo, se utilizó el desastre para acallar a socialistas y anarquistas, algunos de sus dirigentes fueron asesinados, por miedo de que pudieran usar esa oportunidad para agitar a las masas.
Como digo, el infierno se desató en JAPON hace justo un siglo; si bien empezó en las profundidades de la corteza terrestre, donde dicen se residencia “belcebú”; éste, dejó salir las llamas del infierno y sopló avivándolas; y aprovechó el pánico generado para sembrar el odio y la iniquidad, que es su principal alimento.
Esta misma isla de HONSHU es donde se halla FUKUSHIMA, de infausta memoria. Y es que, la isla (todo JAPON) se halla dentro del “cinturón de fuego” del Pacífico, que arrastra el vaticinio de sufrir un gran terremoto cada 70 años, aproximadamente. Que el odio no se cebe en nuestra vulnerabilidad.