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100 años de la dictadura de Primo de Rivera: ¿un régimen instaurado por consenso?

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La estatua de Miguel Primo de Rivera en Jerez de la Frontera. | Fuente: Eladio Anxo Fernández Manso / Flickr

El 13 de septiembre de 1923, el entonces capitán general de Cataluña hizo un golpe de Estado que le aupó al poder hasta 1930

A principios del siglo XX, España vivía una época convulsa, entre importantes cambios industriales y una gran incertidumbre política. Tras el desastre de Annual, en la guerra de Marruecos, el Ejército era uno de los sectores más indignados de la sociedad. Además, había bastante corrupción, donde el caciquismo parecía algo innato al sistema. En ese contexto de caos, el 13 de septiembre de 1923, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, provoca un golpe de Estado, presentado como una medida para estabilizar el país. Todavía, hoy en día, hay dudas de si pilló por sorpresa a la monarquía y al resto de estamentos de poder.

Uno de los aspectos más claros en torno a ese régimen establecido es el hecho de que se aceptó en su día como algo inevitable y que tuvo mucha popularidad. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los políticos de esos años temían que hubiera una revolución social similar a la que creó la Unión Soviética y su régimen comunista. Tampoco podemos olvidar que el terrorismo fue una lacra de esa época, procedente, sobre todo, de sectores anarquistas. Y los nacionalismos periféricos, como el catalán y el vasco, aunque relegados a la burguesía, empezaban a extenderse con éxito en el resto de la población.

Precisamente, el problema territorial, la guerra de Marruecos y la búsqueda de estabilidad política fortalecieron la narrativa de la dictadura para su supervivencia. De hecho, esta última idea hace que, incluso, las élites de Cataluña y del País Vasco, muy influidas por los nacionalismos, apoyen al régimen. Sin embargo, este fue muy breve, con menos de una década de duración, hasta principios de 1931, año de la proclamación de la II República.

Decadencia del régimen

Los resortes autoritarios de la dictadura y la crisis económica mundial del 29, con numerosas huelgas de trabajadores en España, provocaron hartazgo y, por tanto, el fin del orden establecido por Primo de Rivera. La censura y otras formas de represión, ante una opinión pública más diversa, facilitaron los argumentos para desear un cambio que restableciera las libertades y las garantías constitucionales suspendidas en 1923. Además, el PSOE, que había apoyado el régimen como ‘mal menor’, le retiró su confianza.

¿Una dictadura construida en el consenso?

Aparte del rey Alfonso XIII, tanto partidos de derechas como de izquierdas apoyaron la dictadura. Entre ellos, el PSOE, que vivió una ruptura interna entre sus miembros. También la UGT dio su confianza al régimen, y fue el sindicato más privilegiado durante su etapa. Ni los sindicatos católicos, más próximos al conservadurismo de Primo de Rivera, tuvieron más protagonismo. Incluso su secretario general, el socialista Largo Caballero, conocido como el “Lenin” español, formó parte del Consejo de Estado.

Curiosamente, hasta Lluís Companys, futuro presidente de Cataluña, reconoció que la dictadura había sido “acogida, en general, con simpatía“. Además, hubo importantes avances sociales en esa época. Por ejemplo, en esos años, las mujeres pudieron ocupar puestos parlamentarios por primera vez en la historia de España.

Una etapa olvidada

Más allá de los debates en torno al legado de esa breve dictadura, está claro que, actualmente, tiene apenas interés mediático. Y tampoco hay una fuerte discusión en torno a la retirada de símbolos de dicho régimen.

En Jerez de la Frontera, localidad natal de Primo de Rivera, este tiene una estatua diseñada por Mariano Benlliure en una de las plazas más emblemáticas del municipio gaditano, la del Arenal. Y llama la atención que, frente a la figura del militar, estén colgadas las banderas de la UGT y de la CNT, que ocupan los balcones de sus respectivas sedes. Un contraste llamativo que pasa muy desapercibido al lado de las polémicas en torno a su hijo José Antonio, el fundador de Falange, que, al igual que Franco, ha sido exhumado del Valle de los Caídos, denominado oficialmente Valle de Cuelgamuros.

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