Víspera de nuevos horrores

12 de octubre de 2024
3 minutos de lectura
Miembros de la Cruz Roja libanesa inspeccionan un edificio destruido por un bombardeo israelí en la localidad de Sheeba. | Fuente: Dpa
RAFAEL FRAGUAS

El placer está en la víspera. Y el temor, también. Asistimos a la víspera de una nueva sinfonía de sangre en el Medio Oriente. La iniciativa de su “inexorable” efusión se atribuye a priori a Israel y su destinatario sería Irán. Con ello se da por hecho que Benjamín Nethanyahu y los generales que le rodean tienen fuero para desencadenarla, a la escala que sea: el ataque con misiles iraníes contra Tel Aviv la semana pasada justificaría la vendetta israelí, todo lo desproporcionada que se quiera.

Se olvida que Israel lleva años asesinando científicos iraníes, bombardeando instalaciones nucleares y centros de investigación, matando dirigentes políticos como Ebrahim Raisi, presidente de la República islámica de Irán o su ministro de Exteriores, Abdollahian; diplomáticos, como los de la Embajada de Irán en Damasco o cuadros de la Guardia islámica Pasdarán, si no fue el mismo Nethanyahu quien forzó a Trump a decidir asesinar al general Qassem Soleimani, líder de la Brigada Al Qods y sucesor de facto del Guía islámico Alí Jamenei, en Bagdad… entre muchos otros casos.

¿Qué va a hacer Israel, qué han decidido sus dirigentes político-militares, reunidos este fin de semana en que se conmemora el Yom Kippur, la fiesta judía del arrepentimiento, para resolver el tipo de respuesta al reciente ataque iraní? Ataque, por cierto, que las autoridades de Irán explican como respuesta a tanta injerencia criminal previa de Israel en territorio persa.

Si las guerras se ajustan a cierta proporcionalidad, se encuadran dentro de límites comprensibles, incluso regidos por leyes y convenciones internacionales como la de Ginebra. Pero no cabe esperar proporcionalidad alguna por parte de las fuerzas armadas de Israel, visto lo visto en Gaza, donde solo el exterminio y el exilio impuestos al pueblo palestino parece motivar lo allí registrado: 42.000 víctimas mortales, más de la mitad de ellos, 21.000 niños, muertos bajo las bombas de fósforo, así como decenas de miles de otros infantes mutilados irreversiblemente o amputados sin anestésicos, en proporción de uno cada diez minutos, ininterrumpidamente desde hace ahora un año, según medios sanitarios neutrales.

Los datos indican que los mandos militares israelíes, por instrucciones superiores o por iniciativa propia -nunca se sabe en un régimen que hace años dejó de ser democrático para transformarse en teocrático y fundamentalista bíblico judío-, son capaces de todo. Por eso, cuando se columbra la respuesta israelí contra Irán, dada la desproporción territorial -Israel es 72 veces más pequeño que Irán- y demográfica -12 millones de israelíes frente a 89.900.000 iraníes- todo indica que lo peor puede suceder. El riesgo es que, en vez de contenerse y darse por reparado, que es lo que Israel debiera hacer teniendo en cuenta los asesinatos previos cometidos contra Irán, al sanedrín israelí se le ocurra “corregir” la asimetría descrita con otra temible asimetría: la de recurrir a la guerra bacteriológica frente a la guerra con cohetes con la que Irán le enfrentaría.

Aquí surgiría la duda de si Irán podrá -o no- contraatacar a posteriori con el lanzamiento de una bomba atómica sobre Israel que se habría procurado al respecto. Pakistán es vecino, tiene la bomba y no está lejos. Esa forma de escalada asimétrica es la que jamás debiera darse. Y solo los poderes fácticos estadounidenses, los que no acaban digerir que Israel dicte -como lleva años haciendo- la política exterior norteamericana, son capaces de disuadir a Nethanyahu y adjuntos, así como a los mandos iraníes más fanáticos, de la posible barbaridad, mutuamente genocida, en ciernes.

Tal es el riesgo. Los medios de comunicación no adormecidos, que los hay en demasía, tenemos la obligación de alertar de lo que puede llegar a pasar. El problema es que al imaginar el Armagedón que tal escalada asimétrica implicaría -no olvidemos que los dos Estados dicen regirse hoy por credos mesiánicos- muchos huirán de aceptarlo por temor a contaminarse mentalmente de tanta maldad; mientras otros, los protagonistas de ambos bandos, pueden hallar ideas en los riesgos descritos, no para eludirlos, sino para asumirlos y desencadenarlos.

El desconcierto llega a límites inimaginables en la zona: el desprecio de Israel hacia Naciones Unidas, la humillación contra su Secretario General, es un autodesprecio hacia sí mismo pues fue la ONU quien decidió crear el Estado de Israel en 1948. La imbecilidad parece instalada en la Casa de Gobierno de Tel Aviv, mientras la extensión de la guerra a Cisjordania, la ampliación de la guerra a Líbano, los bombardeos contra Beirut y Damasco, ahora, lo que se perpetra contra Irán dibujan la profecía autocumplida: Israel se ha rodeado de enemigos, hasta ahora quietos pero, a partir de ahora, en guardia como objeto de sus provocaciones

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