Las elecciones no salvan las democracias; el capitalismo sí

21 de marzo de 2025
4 minutos de lectura
Imagen de una urna en las elecciones generales de Uruguay. | Fuente: EP
IGNACIO DE LEÓN
Reconstruir Venezuela no será fácil. Requiere mucho más que simplemente quitar a Maduro; demanda un reinicio fundamental en cómo pensamos sobre la gobernanza, la economía y el papel de los recursos naturales en nuestro futuro

Parafraseando a Churchill, Venezuela es un acertijo envuelto en un misterio, dentro de un enigma. Sentada sobre las mayores reservas de petróleo del mundo, debería ser una vitrina de prosperidad. En cambio, se ha convertido en un caso emblemático de ruina. Después de décadas de experimentos socialistas —primero bajo Hugo Chávez, luego Nicolás Maduro— nos encontramos en una encrucijada. Si queremos reconstruir Venezuela, debemos replantearnos todo: desde nuestro modelo económico hasta nuestra forma de gobernar.

El mito del “Nacionalismo de Recursos”

Comencemos con la idea de que los recursos naturales de Venezuela «pertenecen» a su pueblo. Suena noble en teoría, pero en la práctica ha sido un desastre total. Durante décadas, los políticos han utilizado esta retórica para justificar la nacionalización, la expropiación y el control centralizado, todo lo cual ha llevado a la ineficiencia, la corrupción y el colapso económico.

Consideremos la industria petrolera de Venezuela. En la década de 1960, antes de que la ola de nacionalismo de recursos barriera América Latina, el país exportaba alrededor de 3.5 millones de barriles por día. Luego llegó la nacionalización en 1974, envuelta en el cálido abrazo de la socialdemocracia. Para la década de 1980, la producción había caído a aproximadamente 2 millones de barriles diarios. Cuando Hugo Chávez llegó con su socialismo a todo pulmón, el declive se aceleró. Hoy, apenas sobrevivimos con menos de 0.7 millones de barriles por día.

La lección es simple: el control estatal sobre los recursos naturales no beneficia al pueblo; beneficia a los políticos y sus compinches. Si Venezuela quiere recuperar su estatus como potencia energética, como María Corina Machado le dijo recientemente a Donald Trump Jr., necesitamos privatizar estos activos. Todos ellos. Los inversores no están haciendo fila para invertir en un país donde los contratos son opcionales y los derechos de propiedad son negociables según el capricho de un burócrata. Quieren garantías, no promesas de líderes que piensan que la economía es solo otra forma de poesía.

El capitalismo: el camino a seguir

Durante 50 años, el socialismo ha tenido su oportunidad… y ha fracasado espectacularmente. Ya sea implementado por Chávez, Maduro o incluso reformadores bien intencionados como Carlos Andrés Pérez, siempre ha entregado pobreza, estancamiento y desesperanza. Si estamos realmente comprometidos con la reconstrucción, debemos abandonar esta ideología y adoptar políticas basadas en la libertad y la responsabilidad. Capitalismo, se llama.

Esto significa reducir el aparato estatal inflado que ha drenado riqueza y sofocado la innovación. Significa reducir impuestos, eliminar controles de precios y crear un marco legal que proteja los derechos de propiedad y haga cumplir los contratos. Sobre todo, significa rechazar la mentalidad paternalista que ve a los ciudadanos como dependientes del estado en lugar de individuos autónomos capaces de forjar su propio destino.

Países como Chile y Estonia no se convirtieron en historias de éxito aferrándose a ideologías fallidas. Abrazaron los mercados libres, privatizaron industrias y priorizaron el estado de derecho. Claro, enfrentaron resistencia en el camino, pero perseveraron. ¿Y saben qué? Funcionó. Tal vez sea hora de que Venezuela intente algo similar.

Las elecciones no Salvan la democracia, el capitalismo sí

Durante años, la oposición ha depositado sus esperanzas en las elecciones como la solución mágica para derrocar a Maduro y a sus compinches. Pero seamos honestos: este régimen no cederá el poder a través de votaciones o diplomacia. Pedirles que se vayan pacíficamente es como pedirle a un zorro que cuide el gallinero; simplemente no va a suceder. Insistir en ello solo levanta sospechas de colusión política.

Entonces, si las elecciones no funcionan, ¿qué queda? ¿Diplomacia? ¿Sanciones? Estas herramientas tienen su lugar, pero han demostrado ser insuficientes contra un régimen tan arraigado como el de Maduro. Esto nos deja con una única opción: el uso de la fuerza.

Por supuesto, la intervención internacional no debería ser un fin en sí misma. Su propósito sería allanar el camino para reformas genuinas, no reemplazar un régimen autoritario con otro. Una vez que Maduro se haya ido, comienza el verdadero desafío: garantizar que ningún líder futuro pueda resucitar el paraíso socialista que transformó a Venezuela en un segundo infierno en el Caribe.

Conclusión: una nueva Venezuela es posible

Reconstruir Venezuela no será fácil. Requiere mucho más que simplemente quitar a Maduro; demanda un reinicio fundamental en cómo pensamos sobre la gobernanza, la economía y el papel de los recursos naturales en nuestro futuro. Hemos pasado demasiado tiempo persiguiendo espejismos de redistribución de la riqueza y planificación centralizada, solo para encontrarnos varados en un desierto de pobreza y desesperanza.

Para avanzar, debemos rechazar las falsas promesas del socialismo de cualquier tipo (sí, eso incluye versiones suaves como la ideología «socialdemócrata») y abrazar un nuevo paradigma basado en la libertad, la empresa privada y un gobierno limitado pero efectivo. Esto no sucederá de la noche a la mañana, y no estará exento de desafíos. Pero si estamos dispuestos a enfrentar la realidad y tomar decisiones difíciles, un futuro más brillante es posible.

Venezuela tiene todo lo necesario para prosperar: recursos abundantes, gente talentosa y una ubicación estratégica. Lo que nos falta es una visión estratégica para el futuro que realmente rompa con el pasado, de una vez por todas. Elijamos sabiamente, por el bien de nuestros hijos y las generaciones venideras.

*Por su interés , reproducimos este artículo de Ignacio De León, publicado en Diario Las Américas.

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