En plena era digital, donde compartir información es tan fácil como entregar una memoria USB, hay un error que aún muchos cometen: conectar un USB desconocido a su computadora sin pensar en las consecuencias.
Puede que te lo haya prestado un compañero, lo encontraste en la calle o lo recibiste en un evento promocional. Se ve nuevo. Funciona. ¿Qué podría pasar? La respuesta es: todo.
Hoy en día, no necesitas abrir nada para ser víctima de un ataque digital. Muchos USB están programados para ejecutar archivos en cuanto se conectan. Nada de hacer clic. Solo con insertarlo, el virus puede activarse, según una información de Karla Palacio, publicada en Excelsior.
Desde keyloggers (que graban todo lo que escribes), hasta spyware (que vigilan tu actividad), o incluso ransomware (que bloquea todo tu equipo y exige pago), las variantes son múltiples… y cada vez más sofisticadas.
Incluso los mejores antivirus pueden fallar ante códigos diseñados para evitar su detección.
Más allá de los virus, existen memorias diseñadas para copiar toda tu información personal en silencio: documentos, fotos, contraseñas, historial de navegación y archivos bancarios.
El proceso es tan rápido que, si estás conectado a internet, el contenido puede transferirse en tiempo real a servidores externos sin que te des cuenta. No aparece ninguna alerta. Nadie te avisa. Y cuando lo notas, ya es demasiado tarde.
Y si creías que lo peor era un virus, existen los USB killers: dispositivos que parecen comunes, pero que están diseñados para quemar la placa base de tu computadora mediante descargas eléctricas.
Es un ataque físico, no digital. Y ya ha sido usado en universidades, oficinas e incluso instituciones gubernamentales. Un simple puerto USB puede ser el fin de tu equipo.
La mejor protección comienza por el sentido común. Aquí algunos pasos básicos:
En un mundo donde la información es oro, un descuido de segundos puede costarte años de trabajo, tu privacidad o tu equipo entero. No te fíes del tamaño ni de la apariencia de un USB. La seguridad digital comienza con decisiones pequeñas… como saber a qué le das “conectar”.