Oficio de vivir

8 de junio de 2025
2 minutos de lectura
Un grupo de jóvenes. | Fuente: Edu Botella / EP

Caras y caretas  

Sin querer. Sin que nadie lo pretenda  ni sea necesario matricularse en universidades ex profeso, se viene ya a la vida con la necesidad de cultivar el disimulo y las variables formas de aparecer como no se es, resguardados en el disfraz de la conveniencia.

Dicen que Santa Teresa de Jesús nació con los ojos abiertos, deseosa de no perderse el espectáculo de los encajes y las sábanas limpias, como si hubiese querido aprender de golpe todo lo que su tiempo y los suyos enseñaban. Con los valores aprendidos que campeaban en el escudo de Ávila (“Antes quebrarse que doblarse”), comenzó la tarea de recabar la herencia prodigiosa que supo dejarnos. Nunca necesitó la santa disfrazarse para el acomodo de su circunstancia: estuvo tan segura del hechizo valioso de su vida, que fuimos los demás quienes tuvimos que acomodarnos a ella.

Distintas y muy diversas son las actitudes en nuestro tiempo, donde se ha impuesto como huésped descarado y permanente la relatividad, el “relato” que embrolla y que conviene, y una desesperada distracción. Ya todo puede ser y no ser al mismo tiempo, mudando los ojos y las voluntades al escalofrío de la incertidumbre, hasta el punto de no saber si el camino es firme o cenagoso. Se mira superficialmente casi todo y esa trivialidad la aprovechan los astutos para asentarnos en su engaño. Para gobernar nuestros impulsos decaídos.

Estas generaciones de la posverdad se ocupan más de sobrevivir que de la vida. A Maimónides le dio igual no percibir los frutos de su sembrado: ya vendrá más tarde quien los coseche.  Aunque en todas las épocas se advirtieron los desplantes y las negligencias, en la nuestra parece ser que se multiplica.

Hoy recuerdo con cierta melancolía una conversación del filósofo Ortega y Gasset con un compañero de universidad, que se dolía con el maestro de lo poco agradecidos, de lo cómodos y olvidadizos alumnos que habían pasado por sus aulas. Ortega, parece que connivente en la certeza, le contestó:

-Los jóvenes de hoy, no es que no nos vean, es que no nos miran…

Y se fueron cabizbajos saliendo del Café de Levante, enredados en la hermosa tela de araña de su inteligencia.

Constatamos que muchos jóvenes de hoy (con frecuencia, los más cercanos) no nos miran como pueden leerse las páginas de un libro. Se mueve más bien por impulsos que tratan de justificar con la demagogia de que son buenas personas y ayudan a los demás: la mayoría de las veces no son más que apercibimientos de frutos que nacen sin raíces, y sin raíces terminan cansándose en su pretendida benevolencia.

Debieran escuchar más a los que más saben. A los que tienen garantía comprobada de fundamentos acrisolados. Y aprender.

Séneca terminó condenado a muerte por aquel a quien había enseñado el arte difícil de gobernar y el otro arte, más difícil aún, el de gobernar su propia vida. Se ve que a Nerón también le molestaban los espejos.

Conocemos todos la locura de Nerón. Pero también la indiferencia de bastantes jóvenes referida a sus mayores, como una especie de solapada demencia colectiva que hace de la comodidad una razón, y de esa razón una costumbre que no justifica el error. Desde luego que no me refiero ni siquiera a la mayoría.

Culpables somos todos en esta batalla del aprendizaje. La pintura de nuestra vida está aún sin terminar. Sería bueno que escuchásemos a Dalí cuando nos propuso que “el pintor no es un inspirado, sino el que es capaz de inspirar a los demás”.

…Colaboremos todos a crear una sociedad menos difícil y más justa para nuestros jóvenes, sin dejar de aconsejarles que, si pretenden ser “bien vistos”, nunca deben olvidarse que es mucho más indispensable haber sabido mirar.

Pedro Villarejo

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