Para comprender la esencia de este lugar es preciso retroceder en el tiempo a una época en la que el Imperio Romano extendía sus dominios por la Península Ibérica
El polvo se levantaba en remolinos a mi paso mientras me adentraba en la vasta extensión de la Mancha. Tras la cálida bienvenida en Tresjuncos, mi mente bullía con la historia que impregnaba estas tierras. Dos nombres resonaban con fuerza: Segóbriga y Belmonte, faros de civilizaciones pasadas que dejaron su huella indeleble en el paisaje.
Para comprender la esencia de este lugar, es preciso retroceder en el tiempo, a una época en la que el Imperio Romano extendía sus dominios por la Península Ibérica. Y es aquí donde Segóbriga, la más antigua de las dos, reclama nuestra atención.
Segóbriga: la joya del ‘lapis specularis’
Plinio el Viejo, en su monumental obra Naturalis Historia, ya mencionaba Segóbriga en el siglo I d.C., situándola en el sudeste de la Celtiberia, una región habitada por pueblos celtas e íberos. Sin embargo, los orígenes de la ciudad se remontan aún más atrás, probablemente al siglo V a.C., cuando un asentamiento celtíbero se alzaba sobre el cerro de Cabeza de Griego.
La prosperidad de Segóbriga se cimentó en la explotación del lapis specularis, un tipo de yeso cristalino que se extraía de las minas cercanas. Este material, translúcido y fácil de trabajar, se empleaba en la construcción como sustituto del vidrio, permitiendo la entrada de luz natural en los edificios. Las finas láminas de lapis specularis se exportaban a todo el Imperio Romano, convirtiendo a Segóbriga en un importante centro económico.
Tres vías principales conectaban Segóbriga con el resto de Hispania:
- Hacia el norte: Una vía que ascendía hasta Segotia (la actual Sigüenza), donde enlazaba con la Vía XXV, una importante arteria que unía Emerita Augusta (Mérida) con Caesaraugusta (Zaragoza).
- Hacia el noroeste: Otra vía que, tras cruzar el río Cigüela por un puente romano aún en pie, se dirigía hacia Complutum (Alcalá de Henares), conectando de nuevo con la Vía XXV.
- Hacia el sureste: Una ruta que descendía hasta el puerto de Carthago Nova (Cartagena), principal punto de salida de las exportaciones de Segóbriga hacia el Mediterráneo.
Las guerras sertorianas, un conflicto civil que asoló Hispania entre los años 80 y 72 a.C., tuvieron un impacto significativo en la región. Tras la derrota de Quinto Sertorio, Segóbriga emergió como el principal centro de la meseta. Durante el reinado de Augusto, la ciudad experimentó una nueva transformación. Dejó de ser una ciudad estipendiaría, obligada a pagar tributos a Roma, para convertirse en un municipium, un rango que le otorgaba mayor autonomía y la posibilidad de ser gobernada por ciudadanos romanos. En esta época, Segóbriga contó con patronos senatoriales, figuras influyentes que velaban por sus intereses en Roma.
Entre los años 50 y 27 a.C., Segóbriga llegó a acuñar su propia moneda, un testimonio de su importancia económica y política. La ciudad, rodeada por una imponente muralla, contaba con todos los elementos propios de una urbe romana: un foro, centro de la vida pública; una basílica, donde se impartía justicia; un teatro con capacidad para 2.000 espectadores; un anfiteatro que podía albergar hasta 5.500 personas; unas termas monumentales, donde los ciudadanos se relajaban y socializaban; un acueducto que abastecía de agua potable a la ciudad; un sistema de alcantarillado; fuentes ornamentales que embellecían las calles; y un entramado de calles pavimentada.
Sin embargo, la prosperidad de Segóbriga no duraría para siempre. A partir del siglo III d.C., la ciudad comenzó a declinar. La disminución de las exportaciones de lapis specularis, la inestabilidad política del Imperio Romano y las incursiones de los pueblos bárbaros contribuyeron a su decadencia. En el siglo IV, Segóbriga se había transformado en un centro rural, aunque aún conservaba cierta importancia como sede episcopal durante la época visigoda (siglos V al VII).
La llegada de los musulmanes en el año 711 marcó el inicio del fin para Segóbriga. La ciudad fue perdiendo población gradualmente, aunque se mantuvo ocupada hasta el año 1228, cuando sus habitantes se trasladaron a la cercana villa de San Felices (Saelices), construida con piedras extraídas de los monumentos de la antigua Segóbriga.
La sombra de Viriato
Es imposible hablar de la historia de Segóbriga sin mencionar la figura de Viriato, el legendario caudillo lusitano que se alzó contra la dominación romana en el siglo II a.C. Aunque no existen pruebas concluyentes de que Viriato llegara a Segóbriga, es probable que sus escaramuzas y correrías afectaran a la ciudad y sus alrededores.
Viriato, pastor convertido en guerrero, lideró una tenaz resistencia contra las legiones romanas durante más de una década. Su conocimiento del terreno, su astucia militar y su carisma le permitieron infligir numerosas derrotas a los romanos, convirtiéndose en una pesadilla para los gobernadores de Hispania.
Aunque la historia de Viriato está envuelta en la leyenda, su figura representa la lucha por la libertad y la resistencia contra la opresión. Su legado perdura en la memoria colectiva de la región, como un símbolo de la valentía y el orgullo de los pueblos hispanos.
Segóbriga, un nombre que resuena en la historia de la Mancha. Una ciudad romana que floreció gracias al lapis specularis, testimonio de civilizaciones pasadas que dejaron su huella en el paisaje y en la memoria colectiva de la región.
Al recorrer estas tierras, uno no puede evitar sentir la presencia del pasado. Las ruinas de Segóbriga nos hablan de un imperio que extendió su dominio por vastos territorios.
Pero la historia no es solo un conjunto de fechas y nombres. Es también la historia de las personas que vivieron en estas tierras, que trabajaron, amaron, lucharon y soñaron. Es la historia de Viriato, el pastor que desafió a Roma; de los mineros que extraían el lapis specularis.
La historia de Segóbriga es un legado vivo que se transmite de generación en generación. Es un patrimonio que debemos conservar y valorar, para que las futuras generaciones puedan conocer y comprender el pasado de estas tierras.