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Un fiscal con experiencia

Publio Ricardo Cortés C.

En algún lugar de un gran país hay un fiscal con experiencia. Como Diego Alatriste, tal personaje no es el hombre más honesto ni el más piadoso, pero es un hombre valiente. Para ser francos, también se trata de un típico funcionario taimado, que sabe navegar como el submarino: bajo las aguas y sin hacer mucho ruido.

Como resulta obvio, tenemos que darle nombre al sujeto.  A mí me gustan los nombres que riman, por ejemplo, en masculino: «Bob el constructor» o «Luis Twist».  Son nombres que tienen melodía. Lo mismo pasa con este que va en femenino: «Dora la exploradora». Siguiendo esa ruta musical pienso que «Vidal» es un excelente nombre.  Suena bien.  Eso es.  Así que lo llamaremos: «Vidal el fiscal».  Ese será el nombre de nuestro héroe, o más bien: de nuestro villano, porque Vidal es un fiscal corrupto.

Vidal ha investigado toda clase de delitos. Ya ha rotado por todas las posiciones. Es amable y respetado. Los funcionarios saben que es un superviviente, porque no importa quién sea el nuevo jefe de la entidad de instrucción, Vidal el fiscal se acomoda al nuevo orden. 

Tiene una vida tranquila, acumula propiedades y riquezas, pero nadie lo sabe. Para eso tiene abogados nacionalistas amigos que le organizan esas cosas sin peligros.  Además, ¿quién lo va a investigar a él, cuando es él quien investiga a los otros?

Vidal se toma sus cervecitas los viernes y va a misa los domingos. Lee poco, pero siempre relee lo que considera su manual de vida: «El diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu» de Maurice Joly. Quizás ese fue el único libro completo que se leyó en la universidad. Siempre ha pensado que la sabiduría de tal ensayo lo ha marcado para toda la vida.

Vidal conocía su oficio. La experiencia acumulada le había demostrado que el sistema nuevo servía para todo. Bien utilizado funcionaba para aplicar la Ley, cuando se tenía la intención, el respaldo y el poder, pero también dejaba espacios enormes para hacerse rico. Poco a poco. Con cautela.

Había entresijos del nuevo proceso que eran una máquina de hacer dinero para fiscales como Vidal, personas con talento. Se podía, por ejemplo, en los casos apropiados, utilizar el poder del fiscal para decir que no había delito, aunque lo hubiera, y el Juez no podía hacer nada.  En caso que la víctima fuera parte del proceso y presentara alguna moción contra eso, era fácil cerrar el caso de todos modos, coordinando con otro fiscal. El Juez perdía el control de la cosa y no le quedaba más que dar la bendición. Perfecto.

Nuestro fiscal era muy precavido. No pedía como pago sumas exageradas y aceptaba bienes diferentes al dinero. Solo coordinaba con otros del aparato de justicia, cuando no quedaba opción. 

También cultivaba amigos, en especial, se aseguraba en mantener vínculos fuertes y secretos con el Gran Hermano y con los medios de comunicación. De hecho, compartía información con ambos. Para ellos, Vidal el fiscal era un informante leal y un paladín en la lucha contra el delito. Para Vidal, ellos eran una especie de seguro de vida.

El sistema está a tope, un volumen inmanejable de casos por investigar y probar. No hay tropa suficiente para tanta guerra y entre los que están, no todos están preparados. Vidal se duerme mirando series policiales de Netflix y sueña que él trabaja con el apoyo de los laboratorios y la tecnología forense que allí describen. Cuando en la mañana desayuna con café y queso blanco, vuelve a la realidad donde hay muy poco de eso.

Ya Vidal no se altera. Como el perro viejo, ladra sentado. Con el sistema copado, aprendió a solamente preocuparse por los casos cuya desatención le puede generar algún problema con la cúpula del sistema, con el Gran Hermano, con los ricos o con los medios.

Fuera de esos casos, el atraso le importa un bledo, porque siempre es válida la excusa del exceso de trabajo, el personal insuficiente, la falta de recursos materiales y la promesa de solución para el presupuesto del próximo año.

A Vidal le molestaban los casos donde la víctima iniciaba un caso y nombraba un abogado para apurar el asunto. Eran una intromisión en su mundo. Ya el sistema estaba superado con la cantidad de casos que se tenían que investigar obligatoriamente y encima estos pendejos agregaban más expedientes. Y lo peor eran los abogados de las víctimas, polisones en el barco de Vidal. 

Muy mal todo eso. Así le parecía. Ahora ya no, porque decidió también hacer dinero con eso. Si el caso es interesante y la víctima y su abogado insisten demasiado, le cobra al bando investigado por bajar la velocidad y enterrar el asunto como siempre, con sigilo.

En los casos muy sonados a veces también hace negocios.  Ya sabemos que Vidal es un hombre valiente. Estos casos son los más complicados. No siempre le parecen seguros. Cuando se dan, la coordinación es generalmente con la defensa del investigado.  Es como el portero de fútbol que se vende al equipo contrario. Necesita hacer un doble juego para que no se note.

Depende de la situación. En los delitos que requieren pruebas de tecnología ejecutadas por un departamento supuestamente separado dentro del mismo sistema, juega con las fechas.  Como sabe que ese departamento también está colapsado y no puede con el volumen, pide la cita de tal modo que la ejecución de la misma, se haga en momento posterior a la audiencia donde es necesaria la prueba. Vidal siempre puede alegar que él hizo su trabajo, pero que «lamentablemente» la culpa es «del sistema». La defensa gana y Vidal factura. Tranquilo. 

Ese es uno sencillo. Pero los verdaderamente difíciles son los casos largos y con demasiadas aristas. Precisamente por ello son los asuntos donde el doble juego de Vidal se hace más elaborado y lo que cobra son valores ya más elevados.

El asunto requiere de un trabajo técnico importante y meticuloso. Tejiendo con tiempo el doble juego. Se trata de armar expedientes de investigación que suenan fuertes y creíbles para los profanos y hasta para algunos expertos. Pero cuidando que sean construidos como castillos medievales: llenos de pasadizos de escape, pruebas con debilidades, conceptos excelentes, deliberadamente mal llevados a la práctica. En fin, laberintos superables sobre los que Vidal, a cambio de un precio, entrega a la defensa el mapa de solución del acertijo.

Paralelamente, los vínculos de Vidal con los medios se activan. Conversa con ellos, los hace parte de historias secretas, los corteja, les filtra informaciones que muestran casos contundentes, sin mencionar ni explicar las debilidades. Los cantares de gestas mediáticos a favor de Vidal y su lucha contra el delito, empiezan a sonar por todo el reino.

La apoteosis del juego llega el día de la audiencia. Usando una oratoria pasada de moda, pero gritando mucho, Vidal, nuestro fiscal, se presenta implacable, repite constantemente que lo que dice está «demostrado en el expediente» y que «las pruebas abundan». Su alegato luce colosal y es difundido en los medios, acompañado de su imagen adusta.

La defensa, por su parte, tiene en mano el mapa del laberinto que Vidal le vendió y hace su alegato en consecuencia.  Si el juez condena, Vidal queda bien con sus jefes, con la opinión pública y le dice a la defensa que lo lamenta, pero que no estaba en sus manos.  Si el juez absuelve, la defensa está feliz y Vidal le dice a sus jefes y a la opinión pública que es culpa del juez, que no entendió el caso o que quizás está manipulado por la defensa. Vidal sabe mucho. Nunca queda mal con nadie y menos con su bolsillo.

Así va su rutina. En estos días todos debaten una propuesta de ley impulsada a golpe de diplomacia policíaca por el Gran Hermano. Se trata de confiscar bienes vinculados a delitos, aunque nadie sea condenado como culpable del delito. Muchos hablan a favor, otros en contra. En los medios la discusión es técnica, política y hasta patriótica. 

Para Vidal todo eso es paja.  Pura hipocresía y tonterías. Él está en lo suyo. Ya Vidal estudió el nuevo esquema que, está seguro, entrará en vigencia pronto. Eso va porque va. Para nuestro fiscal, esto es lo de siempre, una nueva oportunidad para hacer dinero. Hay que buscar los espacios y listo. 

Lo primero que hará es estar informado. Hay que identificar los casos que le interesan al Gran Hermano. Esos son sagrados. Allí se tiene que hacer lo que el Gran Hermano ordene. Sin discusión. Hay que darle lo único que viene a buscar.

El segundo plano es el político. Se deben medir bien los pesos y contrapesos de los casos con impacto político. En esos es mejor marcar distancia. Si el contexto lo obliga a actuar, también se deben tirar a los leones de los poderosos y de los medios las presas que quieran.  Solamente esas. Porque también a los medios les interesa exclusivamente la justicia de algunos casos, muy pocos. 

En todo lo demás el campo quedará libre para las coordinaciones de Vidal y sus secuaces. Y lo demás es bastante. Mucho. Porque al separar la persecución de las personas y de los bienes, para Vidal el mercado aumenta exponencialmente. Cada afectado de un bien supuestamente vinculado a delitos se convierte en un potencial negocio, exista o no condena contra alguna persona. Esto le resulta una maravilla.

Sus años de experiencia le dicen a Vidal que la calificación de la vinculación de bienes con delitos, en su gran país, es algo muy subjetivo o imaginativo, especialmente porque no hay estabilidad en la jurisprudencia. 

El fiscal es quien decide cuándo inicia y cuándo no una causa para quitarle bienes a personas, aunque no sean delincuentes, cuando se piensa que dichos bienes están vinculados a delitos. La investigación no tendrá límite de tiempo. El fiscal decide si el afectado tiene los bienes en su control de buena fe, la cual ya no se presume ni tampoco la inocencia, a pesar de que la Constitución de ese gran país dice lo contrario. Claramente entonces, el poder está en sus manos. Vidal lo sabe.

Vidal también sabe que cuando se trata de esas ideas que impone el Gran Hermano, el trámite ante los jueces es pura rutina. Muy pocos se atreverán a desatender lo pedido por la fiscalía. No importa que se equivoquen. Da igual, porque las condenas contra el Estado por el deficiente servicio público de justicia son raras, demoran mucho, imponen montos bajísimos de indemnización y aunque estén en firme, los gobiernos no las pagan.

Aquí vienen nuevos negocios. No hay duda. Solamente hay que esperar.

Eso piensa Vidal, el viernes cuando empina el codo en el bar de siempre, tomándose una «rompepecho» bien fría, vestida de novia. Hace calor, está oscuro, pero Vidal no se quita la corbata.  El «postureo» es importante.  Total, él es un fiscal. En el fondo suena Ismael Miranda y el coro dice: «Tiembla la tierra… se escapó Almenteros» █

El autor es Abogado Independiente en Panamá, fue Viceministro de Finanzas y Jefe de la Administración Tributaria de su país.

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