Hoy: 22 de febrero de 2025
Trump ha dejado a la Unión Europea en pelotas. En esto consiste el giro copernicano que ha provocado la nueva Administración norteamericana en ochenta años de historia política contemporánea con su pasaje al bando de Vladimir Putin.
Hay dos puntos fundamentales en este viraje. El primero es que Trump actúa como si fuera parte directa, vamos, uno de los dos bandos de la guerra de Ucrania, que decide salir del campo de batalla.
O, en otros términos, es el reconocimiento de que aparte de la resistencia del pueblo ucraniano contra la agresión imperialista de la Rusia de Putin se desarrollaba también una guerra inter- imperialista, representada por los Estados Unidos de Biden y la Rusia de Putin. Es lo que, pocos días después de la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, titulé «Una guerra subsidiaria«.
El segundo punto es que, sin complejos, en Ucrania quiere “reparaciones” por una guerra que, dice, iniciaron la Ucrania de Zelensky y los Estados Unidos de Biden.
La Administración Biden aportó a Ucrania, entre el 24 de febrero de 2022 al 31 de diciembre de 2024 unos 114.200 millones de euros a los que se añaden ayudas aprobada por otros 4.840 millones en camino. Fuentes del Congreso norteamericano sitúan esas ayudas en cifras superiores: cinco tramos que se elevan a 175.000 millones, de los cuales se han gastado 70.000 millones en comprar armas a EE.UU.
Una parte de las ayudas es financiación humanitaria, pero la mayor tajada corresponde a préstamos que deben ser repagados. Sin embargo, Trump asegura que son 400.000 millones. Y según un memorándum secreto que han intercambiado Trump y Zelensky las ayudas llegarían a 500.000 millones de dólares.
Y aquí llegamos al punto del saqueo. Según el documento publicado por el periodista Ambrose Evans-Pritchard en The Daily Telegraph de Londres el pasado 17 de febrero, Trump estaría exigiendo una mayor participación en términos de Producto Interior Bruto de Ucrania que las reparaciones impuestas a Alemania al terminar la primera guerra mundial en el Tratado de Versalles (1919) y en la Conferencia de Londres (1921).
El proyecto confidencial señala que Estados Unidos y Ucrania formarían un fondo unido de inversiones para “asegurar que las partes hostiles al conflicto no se beneficien de la reconstrucción de Ucrania”.
El acuerdo cubre el “valor económico asociado con los recursos de Ucrania: recursos minerales, petróleo, gas, puertos y otras infraestructuras (según se convenga). Este acuerdo debe regirse por la ley de Nueva York sin tener en cuenta los principios de conflicto de leyes”.
EE UU obtendrá el 50% de los ingresos recibidos por Ucrania de la extracción de sus recursos, y 50 por ciento del valor financiero de “todas las nuevas licencias concedidas a terceros” para la monetización futura de los recursos.
Una de las cláusulas permitiría a EE.UU retener los ingresos hasta que Ucrania reintegre la deuda originada en el esfuerzo de guerra. También establece que EEUU tendrá para las futuras concesiones el derecho de veto para la compra de minerales exportables”.
El proyecto de memorándum, según se ha apuntado, tiene fecha de 7 de febrero, y se basaría en conversaciones preliminares entre Trump y Zelensky sobre una participación directa de EE.UU en los minerales de las llamadas “tierras raras”.
Pero el presidente ucraniano ha comunicado que no lo firmará. Al parecer, el progreso de los ataques personales de Trump contra Zelensky, según fuentes financieras, ha seguido a la negativa de hacer las concesiones que aspira a obtener Trump.
Con todo, la colonización de Ucrania es una hoja de ruta parecida a la que Trump ya ha explicado para la Franja de Gaza: asumir por parte de EE.UU la reconstrucción y hacerse con la propiedad.
Ello requiere el traslado masivo de los 1,9 millones de palestinos a países vecinos (Jordania, Egipto, y otros) y obtener la “concesión” para emprender la reconstrucción, en un largo período de diez o quince años.
La base del plan es que la devastación de Gaza es tan extraordinaria que no será difícil impulsar la despoblación en una región de 41 kilómetros de largo y entre 6 y 12 kilómetros de ancho. Son en total 365 kilómetros cuadrados.
La Nakba (catástrofe en árabe) iniciada en 1948 con la expulsión de 750.000 palestinos tras la guerra árabe-israelí, y continuada por las guerras posteriores (1956, 1967 y 1973), las operaciones militares en la Franja de Gaza, y la “guerra” de asentamientos coloniales en Cisjordania, tendría el colofón, pues, con el plan de Trump.
La ventaja del presidente norteamericano: ¿es que alguna nación va a oponer un plan alternativo después de haber sido cómplice del genocidio palestino?