La soledad no mata con ruido, pero sí con constancia. Así lo advierte el psicólogo Carlos Gil Arellano, quien ha dado la voz de alarma sobre el creciente impacto del aislamiento social en los adultos mayores. Durante el segundo encuentro de la iniciativa R-Conecta, impulsada por el Hospital San Juan de Dios en Madrid, el especialista aseguró que la falta de vínculos emocionales puede desembocar tanto en suicidios como en muertes naturales por pérdida de voluntad de vivir, según una información publicada en Europa Press.
Según Arellano, el 30 % de los intentos de suicidio en España los protagonizan personas de 65 años o más. A esta cifra se le suma otro dato estremecedor: uno de cada cuatro mayores de esa edad padece algún tipo de trastorno depresivo, porcentaje que aumenta de forma alarmante en mayores de 85 años. “La depresión no llega sola. Es fruto de un cóctel de duelos, pérdidas y, sobre todo, soledad”, subraya.
El enfermero especialista en Salud Mental Jordi Ramon Rizo apunta a un error habitual: la tendencia a “sanitarizar” lo que en esencia es un drama social. “Estamos medicalizando consecuencias y no actuando sobre las causas”, denuncia. En su opinión, el tratamiento no pasa solo por psicofármacos, sino por una transformación en la forma en la que la sociedad responde al envejecimiento. “La tristeza antes se contenía en comunidad. Ahora la transformamos en diagnóstico clínico”, explica.
Rizo defiende un enfoque comunitario: pequeños gestos, cercanía, conexión con quienes se sienten solos. “Cualquiera puede romper una soledad. Un saludo, una conversación, una visita… eso ayuda más que cualquier medicina”.
Los datos del Observatorio Estatal SoledadES, compartidos por su presidenta Matilde Fernández, revelan que el 80 % de las personas que acuden a grupos de acompañamiento son mujeres. Y aunque muchas de ellas están casadas, el aislamiento emocional es profundo. “Ser mujer implica una carga de cuidados que, con los años, puede volverse en contra”, señala Fernández. Cuando el rol de cuidadora termina, la culpa, el cansancio y la falta de apoyo afloran.
Las personas con menos recursos económicos, menor nivel educativo o hijos de inmigrantes también se sienten más solas, según el observatorio. Incluso entre los más jóvenes, como los estudiantes universitarios, la percepción de soledad puede variar según el entorno de origen.
Javier Yanguas, director científico del programa de mayores de la Fundación «La Caixa», insta a abandonar la visión homogénea del problema. “Hay gente que necesita compañía, pero otra necesita propósito, intimidad o simplemente no sentirse excluida”, advierte. Por ello, apuesta por estrategias individualizadas que se adapten a cada tipo de soledad.
La clave, según todos los expertos, está en escuchar, entender y actuar desde múltiples frentes: social, político y sanitario. Porque la soledad no deseada no es solo una emoción: es una emergencia silenciosa que reclama atención urgente.
La jornada organizada por el Hospital San Juan de Dios ha reunido a profesionales y ciudadanos para compartir experiencias, testimonios y propuestas. Carlos, uno de los asistentes, relató con emoción cómo su vida cambió desde que su mujer sufrió un ictus hace cuatro años. “La casa está llena, pero yo me siento vacío”, dijo, resumiendo con una frase lo que muchas personas mayores viven en silencio.
La iniciativa R-Conecta busca precisamente eso: devolverle la voz a quienes la soledad ha ido silenciando. Y recordar que, más allá de diagnósticos, medicamentos o cifras, el contacto humano sigue siendo la mejor medicina.