Esta historia ocurrió en España, cuando existía una sociedad cerrada, donde dominaban los matriarcados. Todos los miembros de esas familias estaban dominados por las leyes de esas mujeres, que ejercían de forma espartana como esposas fieles y madres entregadas.
Siempre, ante cualquier problema familiar, hacían ostentación de su cultura, de sus conocimientos, de todo lo concerniente a formar a los miembros de la familia dentro de sus cánones de moral y principios. Los demás deberes ocupaban un segundo plano. El concepto primordial era el miedo al “qué dirán”.
Las conductas tenían que ser impecables ante los ojos de los demás. En algunas familias, la fachada funcionaba mientras manejaban la hipocresía más abyecta.
Todos los componentes de la familia obedecían para no sentir la implacable situación a la que se exponían si no cumplían con los preceptos formativos por los que ellas, las madres, luchaban.
La religión y el `qué dirán´ dominaban todos sus movimientos, que transmitían a sus dos hijas. Esta es su historia: sus confesiones cada quince días, sus misas dominicales, las novenas —que, al asistir a un colegio católico, eran dirigidas por unas monjas tan inflexibles como su propia madre—, cumpliendo a rajatabla todas las exigencias impuestas por el centro para la salvación de sus almas.
Su madre jamás sucumbía a la sumisión de todo lo que se vivía fuera de su hogar, y siempre se guió, desde niña, por un confesor espiritual al que obedecía sin freno ni planteamiento alguno.
Se mostraba siempre muy creyente y asistía a novenas en una iglesia próxima a su casa. Su rezo del santo rosario era diario y obligaba a sus hijas a participar.
Su marido sabía de la superioridad de conocimientos de su mujer, de la que estaba totalmente enamorado. Era un buen marido, sencillo, sensible y bondadoso. Él era el encargado de dar a sus dos hijas todo el amor y cariño que ellas requerían.
Siempre ese padre creía todo lo que sus hijas le contaban de sus vivencias, mientras la madre lo dudaba todo, más en la pequeña, siempre bajo juramento, haciendo ostentación de símbolos religiosos para creerla. Así funcionaba aquella pequeña comunidad familiar, y así pasaron los años.
Sus hijas crecieron dejándose guiar por aquella madre, que, convencida de sus correctas enseñanzas, además de darles educación y el saber estar imprescindible, las quería convertir en perfectas esposas, pero con sus carreras y estudios demostrados con titulación. Y encontrar esposos acordes a sus principios y moralidad.
Las dos hermanas se vieron obligadas a tener que dejar su casa en aquella pequeña ciudad donde se habían formado, para terminar su educación con una digna carrera, fuera de la ciudad que las vio nacer.
El padre no opinaba solo. Siempre lo hacía junto a su mujer y se sentía muy satisfecho por las dos hijas que habían sido educadas por la mano firme de su esposa.
Se instalaron en Madrid, en una residencia de señoritas, solo estudiantes, y así comenzaron sus andanzas —nunca mejor dicho— fuera de la mirada escudriñadora de su madre.
La más mayor, en segundo de carrera de Farmacia, encontró al hombre ideal, digno de su formación y bien recibido por sus padres. Una vez terminada su carrera, permitieron, y de buen grado, que se casara.
No pudieron ser padres y el matrimonio zozobró a los pocos años. Después de morir su padre, decidió divorciarse. Un año después, al entrar en la farmacia de su propiedad, un químico pidiendo trabajo, se enamoraron con pasión desmedida, como ellos lo denominaban entre risas.
Con él conoció el verdadero amor, sin fronteras. Él le dio todo lo que su exmarido no había sido capaz de darle, y lograron ser muy felices, con una compenetración entre ambos firme, sin ningún tipo de fisuras.
La pequeña hacía años se había ido a una ciudad costera donde, según decía su madre —que aún vivía—, estaba de profesora de inglés en un colegio privado desde hacía tiempo.
La madre vivía sola en la pequeña ciudad donde forjó su vida. Era respetada y querida. No era muy dada a tertulias ni charlas, y cuando le preguntaban por sus hijas, respondía escueta y no entraba en explicaciones.
Pasó el tiempo y esa familia se fue desdibujando. Solo quedó aquella pulcritud que tanto cuidaron sus progenitores, sobre todo esa madre incansable en el proyecto de vida de sus hijas.
La madre murió. Acudió la hija mayor y allí se encontró con aquel pasado que la madre, hasta el último día de su vida, guardó y demostró ante todos: su dignidad y principios.
No pudieron avisar a la otra hija. No sabían dirección ni nada sobre su vida desde hacía años, y así se terminó la vida de esos padres que dieron todo a sus hijas, además de formación y el respeto para ellas y para los demás.
Ocurrió un año después. Paseando por una calle céntrica de Barcelona, una de sus antiguas compañeras de colegio se encontró con aquella hija perdida y brillante, según su madre, que por respeto a ella y sus principios solo contaba sus inventados triunfos como reales a quien le preguntase por ella.
Se estremeció ante su aspecto: tenía manchas y postillas en sus labios y su extrema delgadez hacía presagiar lo peor. Eran los años del sida. Había perdido piezas dentales y se encontraba en la calle, durmiendo entre cartones, en un recodo de un local vacío. No tenía fuerzas ni para pedir.
Se quedó impactada por la situación, se interesó por ella y, después de convencerla, le pagó una habitación en un hostal. Nada más llegar a su hotel, llamó a su hermana, con la que nunca dejó de tener relación.
Al enterarse de la situación de su hermana, se presentó al día siguiente para interesarse por ella y conocer cómo había llegado a ese estado tan doloroso y triste. Quería saber qué se podía hacer, informarse de cómo poder ayudarla y lograr su curación.
Veinte días después de su encuentro, y en el centro donde fue internada por su hermana, dejó su vida llamando a su madre, aquella mujer que, con su rectitud, dureza de carácter, respeto y maneras, las educó igual a las dos.
Es una verdadera historia donde esa terrible enfermedad se ensañó con muchos jóvenes, cobrándose sus vidas a costa de sus alegres días de fiesta, música, sexo y sustancias…
Como esta historia surgieron muchas más. Muchos no lo han podido olvidar; otros muchos se fueron y muchos padres los siguieron en silencio, en una época que nombrar las siglas de la enfermedad aterraba a muchísima gente.
Conocimos en aquella época, 2 de octubre de 1985, la muerte de Rock Hudson, un actor admirado por su carrera y su belleza, representado en sus películas como un magnífico amante. Fue un enorme fraude para sus seguidoras de entonces, llenas de enormes prejuicios, con el mantra impreso en muchas vidas de… “el qué dirán”.
Cuánto ha llovido desde entonces y cómo hemos vivido —y seguimos conociendo y padeciendo— plagas desconocidas que han llevado a muchos a morir en hospitales, por esa decadencia social que vivimos hoy en España y en muchos países del mundo.
Sobran las palabras para definir muchas de las situaciones que se vivieron en aquellos tiempos, y que hoy estamos viviendo muchos, sin asombrarnos, por repetidos, igual de tristes y destructivos.
Lo cierto es que la fortaleza mental de cualquier individuo para no caer en el abismo de las drogas prevalece en muchos. Pero cuando flaquea, es muy fácil perder la identidad.
Esos valientes que salen del infierno son dignos de elogio y merecen todo el respeto y toda la comprensión en su tortuoso camino recorrido.
Ellos son los auténticos benefactores de su fuerza por lograr de nuevo ser lo que dejaron antes de caer en esas garras destructivas de vidas.
Un historia que viven muchas familias a diario, que se sienten impotentes ante la incomprensible realidad de no poder hacerle ver a su ser querido que se puede salir de esa adicción. Y pienso que les debe resultar imposible de comprender porque no entienden cómo le ha cambiado el cerebro dicha adicción, de manera que ahora ve la realidad distorsionada, a través de la lente que su adicción le ha creado.
Debe ser una lucha mental durísima contra los propios pensamientos, contra la imagen de uno mismo que el cerebro se esfuerza en mostraste, para que no veas cómo estás realmente ni cómo te sientes y para hacer que te apartes de tus seres queridos, generándote un rechazo para aislarte de los que te quieren y te pueden ayudar. Así la enfermedad se apodera de ti, te tiene solo a su merced, hasta que te domina por completo y anula tu voluntad. A todas aquellas personas que se encuentran en una situación así, les diría que siempre se puede volver por muy lejos que uno haya llegado, y que siempre merecerá la pena el esfuerzo que ello suponga.
Por Dios, que historia tan triste , nada tienen que ver los padres, ni la educación, ni la religión ni nada de nada. Es un plaga tras otra que a la familia que llega, la destroza. Vamos a dejaron de tonterias, la droga y en general todos los vicios, mueve tanto dinero que es muy difícil exterminar lo.
Que Dios nos eche una mano
De lo que habla este escrito es algo que pasaba con mucha frecuencia en las familias de hace unos años, ya que las ideas solían ser más estrictas (en parte debido a la fuerte presencia de la religión que solía imponer a la sociedad concretas formas de vida). Es cierto que hoy pasa lo contrario, las familias son de muy diversa clase y ya no tienen el lugar que solían tener las ideas o la moralidad para educar a los hijos. Pero, ¿no es acaso lo más importante ser feliz en esta vida? Hayas tenido o no una firme y estricta educación, de lo que se trata al final es de encontrar la felicidad, que no es fácil, pues la vida suele poner muchos obstáculos. Si las familias son capaces de ser felices y estar unidas, ¿Qué más se puede pedir? En mi opinión es necesario encontrar la estabilidad y solucionar los problemas que puedan surgir puesto que a largo plazo la infelicidad solo lleva al desastre y conduce a un huracán del cual solo puede acabar en destrucción.
Por tan estremecedor que parezca esta desgracia sigue dándose en los núcleos de muchas familias, cuando ocurre en una en la que la educación privada y los príncipes religiosos son los que priman es cuando todos tratan de poner velos y evitar preguntas, quizás por vergüenza o por puro desconocimiento a cerca de que es lo mejor o que se debe hacer.
Que nuestros padres nos den todo está lejos de ser la única baza para tener una vida estable y alejada de los vicios, para ellos es una agonía pues da igual cuanto se entreguen … siempre hay tentaciones que nos rodean y decisiones que se toman lejos de ellos.