A poco que uno se mire a sí mismo descubre que, en conjunto, tenemos en el equipaje más fracasos que aciertos. Algún día el páramo será manantial, dice el profeta, como algún día también el amor será un gozo ingobernable, una locura de espumas en la boca.
Nunca estuve muy seguro si es provechoso tanto análisis personal ni si es indispensable tanta corrección fraterna. Por otra parte, los consejos que nos dan suelen ser tan sesgados y confusos como los que solemos dar nosotros. De ahí que convenga, para que se purifique la voz que nos fatiga, hilar con esperanza las telas de araña de la memoria. No esta memoria de hoy que sigue sin acertar la mano con la herida, hasta agrandarla con intención perversa.
Siempre hay alguien que llega y nos hace escuchar lo que conviene, aunque eso que conviene no sea lo deseado. Alguien nos abraza desde lejos sin contar con el hambre que se tiene de sentir el abrazo más de cerca.
Siempre hay alguien que nos cuenta la historia a través de gobiernos y de guerras y no desde la flor que aparece, desde la presencia de un amor que estalla y dulcifica o desde la mano del aire que nos toca el pecho para que tenga el corazón su alivio.
Siempre hay alguien que te dice que eres feo o viejo o torpe, que ha pasado tu hora y ya no deslumbra lo que eras. No saben que siempre queda la flor de un apetito sin descanso para la carne o para el alma.
Siempre hay alguien que nos dice que la realidad es lo único cierto que tenemos cuando de sobra sabe uno que lo visible es apenas una lámpara que no está hecha para soportar toda la luz de dentro.
Siempre hay alguien que contamina su palabra cuando nos llama… menos mal que siempre hay alguien, también, que nos besa con el labio grande de beberse la vida, enamoradamente.