San Juan guarda en sus calles y capillas huellas profundas de las tradiciones religiosas que los inmigrantes españoles trajeron consigo. Estas costumbres, adaptadas al paisaje y al alma local, enriquecieron las manifestaciones de fe de la provincia, dejando una impronta que perdura, según una información publicada en Diario de Cuyo.
Una de las celebraciones más arraigadas es la Cruz de Mayo, herencia andaluza que revive cada año tras Semana Santa. Organizada por el Círculo Andaluz, la festividad llena de color y música la ciudad: una gran cruz adornada con flores de papel rojas y blancas se convierte en el centro de una fiesta que une gastronomía típica y danzas tradicionales.
En Médano de Oro, la devoción a Nuestra Señora de la Fuente sigue firme. Inspirada en el culto valenciano a la Virgen del Agua, la comunidad de Villa Bolaños ha levantado una capilla única en San Juan. Este fervor, impulsado inicialmente por doña Clemencia Linares, se mantiene como vínculo vivo con las raíces mediterráneas.
Otro legado ibérico es el culto al Cristo de la Hiedra, especialmente presente en Pocito y Chimbas. Se trata de una celebración íntima donde el rezo del Rosario, los cantos sagrados y las comidas caseras se convierten en rituales de memoria. Originado en los cortijos serranos de España, esta tradición familiar mantiene unidas a las generaciones de descendientes que evocan su tierra de origen en cada reunión.
Entre flores, agua y plegarias, los sanjuaninos de sangre española no solo honran su fe: reafirman su identidad y tienden puentes entre pasado y presente.