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San Juan de la Cruz. El poeta más alto, el Santo más admirable. Capítulo trece (y III)

La estatua de San Juan de la Cruz situada en Arroyo de Santo Domingo. | Fuente: La Crónica de Salamanca

SALAMANCA Y SAN ANDRÉS

Poco sabemos de fray Juan en estos cuatro años que vivió en Salamanca (tres de filósofo—artista–, y uno de teólogo). Ciertamente, aunque en la Universidad abundan los antiaristotélicos y antitomistas, su formación tiene mucho de Santo Tomás y de Aristóteles. En el prólogo de su Cántico Espiritual, así lo da a entender.

Además, las clases impartidas en el Colegio Carmelitano de San Andrés, tienen como base al maestro Juan Baconthorp, un carmelita inglçes nacido a fines de 1200, tomista, aunque con bastantes originalidades y de opiniones propias con clara influencia averroísta.

Sabemos también que fray Juan fue nombrado Prefecto de Estudiantes del Colegio en el Capítulo Provincial de Ávila celebrado en 1567 y presidido por el Reverendísimo General Juan Bautista Rubeo. En sus tiempos de Salamanca, Juan de Santo Matía es presentado al padre Rubeo que, según nos aclara Bruno de Jeus Marie, contaba entonces sesenta años y tenía un gran porte: frente ancha y de noble rostro encuadrado en una ligera barba. El General de los Carmelitas había sido designado por Su Santidad Pío V a reformar la Orden, aplicando los decretos del Concilio de Trento.

En España, lo recibió Felipe II con todos los honores de la grandeza… Como no puede pasar inadvertido, al padre Rubeo se le había quedado en la memoria la pequeña majestad de fray Juan que, a sus veinticinco años, practica en Salamanca la Regla Primitiva y es un ”artista” brillante.

Fray Alonso de Villalba, uno de los condiscípulos en el Colegio que suele acompañarlo a la Universidad con la misma capa blanca, asegura que fray Juan destaca por su aventajado ingenio y por su aplicación. Ingenio al que está más obligado desde que le nombraron prefecto de estudiantes, cuya responsabilidad consiste principalmente en dar respuestas sólidas a ,las objeciones de sus compañeros.

Además de cumplir con la disciplina que exige ser prefecto, fray Juan vive en Salamanca, sobre todo, una radiante vida espiritual. Ocupa una celda pequeña y oscura que da al Sagrario, al que se asoma por las madrugadas buscando la lección suprema de la mejor compañía.: allí vigila la hondura del mar que se le viene, allí espera el regalo de Dios de abrirse al alma. Algunas noches se dormirá con los ojos abiertos, hipnotizado por una luz que tiembla.

No obstante, desde que lee a San Dionisio y a San Gregorio, fray Juan va agrandando su altarcillo de dudas:

-¿Será mi vocación, Señor, ésta que vivo o querrás sujetarme con un lazo de más entrega, de más apartamiento? ¿La Cartuja, quizá?… Te regalo, Señor esta vieja dulzura de mis luchas, la renovada ignorancia de cuál será el camino y el empeño de seguir en la raja hasta que pases.

Sus compañeros de San Andrés se espantan de que pueda vivir sin sueño, navegue con soltura en el universo de las filosofías y, sobre todo, jamás murmure a escondidas por la conducta de alguien. Cuando aparece fray Juan viene con él una conducta muda: ¡Que viene fray Juan!… y todos callan llevándose a sus sitios el obediente frío que deja la impotencia.

El verano de 1567 es la fecha probable en que fray Juan de Santo Matía reciba la ordenación sacerdotal: don Pedro González de Mendoza, obispo de Salamanca, se lo ha llevado a la catedral vieja para que reciba la inmensa novedad.

Desde hora, le pedirá prestadas a Dios la mano y la palabra para absolver, tendrá la energía del viento para despeñar algunos demonios de la vida y vivirá seguro cuando descubra que del Pan salen las caravanas de la fuerza.

Es costumbre ir a cantar la primera misa donde se ha visto, por primera vez, la luz. De Fontiveros sólo tiene fray Juan la pequeña memoria de dos sombras: la muerte de su padre y de Luis, y el largo y lento caminar de la pobreza. En Medina en cambio nació, como dijimos, al amor. Catalina y Francisco lo aguardan allí con la obligada suavidad de tanta seda… Dónde mejor que en la Medina de aquel fuego para celebrar su primera eucaristía. A la ciudad de las ferias se encamina fray Juan sin saber todavía que, detrás de su reja, una mujer le espera.

EL DUENDE

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