Hoy: 22 de noviembre de 2024
Con las precariedades y limitaciones propias del tiempo, Santa Teresa de Jesús lleva a cabo su segunda fundación de monjas en Medina del Campo, mientras pide a Dios que el General padre Rubeo le conceda licencia para fundar algún convento de frailes.
En los altos de una casa que les había cedido el mercader Blas de Medina, instalan provisionalmente el monasterio hasta aderezas “con todos los recaudos” el que luego será definitivo. A la par de las dificultades el Señor procura que las utopías de la Madre Teresa –para que no sigan creyendo que está loca. F 3,3– se vayan concretando en desembocaduras.
A la casa prestada para monasterio llega el padre Antonio de Heredia, prior del convento carmelitano de Santa Ana, para llevarle una carta que se ha recibido del padre Rubeo… la prisa que tiene la Madre para todo tuvo que enredársele en los dedos hasta quitar el lacre que sellaba una nueva anchura del Padre General concediéndole licencia para fundar dos conventos de frailes. Si ella no saltó, saltarían sus manos intentando definir el gozo que la ocupaba.
El padre Antonio de Heredia le pregunta qué es esa fiesta en los ojos:
-¡Licencia para fundar dos conventos de fraile reformados, padre nuestro! ¡Vía libre para el camino estrecho de la Regla Primitiva!
Aprovechando un suspiro de la Madre Teresa, el padre Antonio congela la alegría de la Reformadora con su ofrecimiento:
-Yo seré el primero para su sueño.
Teresa de Jesús, que “tanto había suplicado a Nuestro Señor que siquiera una persona despertase” con ella para el atrevimiento, siente ahora que la persona despertada no es la ideal para principio semejante:
–Yo lo tuve por cosa de burla y así se lo dije; porque, aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo de su celda, que era letrado, no me pareció sería ni tendría buen espíritu ni llevaría adelante el rigor que era menester, por ser delicado y no mostrarse a ello… y roguéle que nos detuviésemos algún tiempo y se ejercitase en las cosas que había de prometer (F 3,16)
–Poco después acertó a venir allí un padre de poca edad, que estaba estudiando en Salamanca, y él fue con otro por compañero, el cual me dijo grandes cosas de la vida que este padre hacía. Llámase fray Juan de Santo Matía (luego fray Juan de la Cruz) .Yo alabé a Nuestro Señor y, hablándole, contentóme mucho y supe de él cómo se quería ir también a los cartujos. Yo le dije lo que pretendía, y le rogué mucho esperase hasta que el Señor nos diera monasterio. Y el gran bien que sería, si había de mejorarse, ser en su misma Orden y cuánto más serviría al Señor. Él me dio palabra de hacerlo con que no se tardase mucho. Cuando yo vi que tenía dos frailes para comenzar, parecíame estaba hecho el negocio, aunque todavía no estaba muy satisfecha del prior, y así aguardaba algún tiempo para no tener adónde comenzar. (F 3,17)
Deliciosa la picardía de la Santa que a uno le dice que espere “para que se vaya”; y a otro que aguante “para que se quede”.
Contenta, aunque no del todo, corre a sus monjas con la gran noticia:
-¡Ya tengo fraile y medio para la Reforma!
El duende