Es muy curioso cómo, grupos, partidos o empresas diversas, son capaces de tener en sus filas “impresentables maltratadores”. Cuesta entender por qué se admiten a esos individuos en cualquier puesto de trabajo, si además es de responsabilidad, con respecto a otros, es más hiriente.
Ese magnánimo proceder deja en muy mal lugar a los contratantes, pues sabiendo sus trayectorias, algunos ven provecho en semejantes personas y los tienen como escudo para sentirse bien pertrechados, se puede entender por su avaricia, pero nunca admitir, en nuestras vidas, ni laborales, ni familiares.
Lo cierto es que parece no importarles si con esas contrataciones se llenan los bolsillos. Hace años que perdieron la dignidad y ese es su modo de actuación en diferentes puestos de trabajo.
Muchos de sus propios compañeros los conocen y saben de sus fechorías “son cómplices”. Esto referente a los trabajadores que gozan de contratos brillantes, para sus oscuras y podridas mentes.
Pero es una raza para extinguir, si todos nos lo proponemos, a pesar del tiempo en vigencia en el que han “actuado con total impunidad”. El maltratador es una ‘raza’ que por desgracia existe en nuestra ‘tierra’.
Son de diferente ‘pelaje’
El primero: el macho ibérico. Su característica más conocida es el dominio sobre quien ‘olfatea’ como más débil, castigará sin la menor piedad y llegará hasta el exterminio si pretenden plantarle cara.
El segundo: es el que machaca haciendo ver su supremacía sobre el otro, a base de demostrar su cultura. Su mantra es: cállate tú no sabes nada. Pueden llegar a hacer perder las ganas de vivir y la autoestima del otro.
El tercero: se vale de los hijos y los pone en contra del otro, a base de regalos caros, en un principio y miserables al crecer, y estos tener ya opinión.
El cuarto: el que sale a la conquista, con todos sus complementos y preparado para el engaño más vil a quien le dio su confianza. Lo único que les interesa en realidad es usar sus estudiados métodos y la falsedad, solo cuando les sea conveniente y mientras les sirvan.
Todavía está fresco en nuestra memoria, aquella Sra. de Valencia, que fue destrozada en su dignidad por su propio partido y esa situación, le facilitó su final. Muchos piensan que fue una buena gestora y comparándola con los tiempos que vivimos, ahora la echarán de menos. Confiamos que las malas artes hayan desaparecido para siempre, con los últimos ‘vientos’ que esperamos limpios, sin polvo, ni contaminación.
Esas mentes retorcidas que solo piensan en ellos mismos no pueden representar a nadie y quienes los siguen aún sabiendo sus maquiavélicas intenciones, son tan impresentables como ellos. Acabemos con ellos, no les demos un lugar en la sociedad y repudiemos sus acciones que nos han proporcionado malestar social, pérdida de confianza y temor a nuestro futuro.