Conociendo un poco al gran Quevedo, supongo que cuando dijo aquello de que somos polvo enamorado, se estaba riendo por dentro ante los resultados que obtendría su ocurrencia poética. De todos modos polvo somos y nadie, hasta ahora, ha podido cambiar nuestro destino.
Siendo muy joven todavía, un profesor socarrón me advirtió del acecho inicial de la calvicie y que yo, sin pelo, estaba condenado a la irrelevancia. Acertó el maestro en su doble profecía. Por eso, cada vez que alguien se considera alguien le miro la cabeza y le comparo con Sansón, que tuvo que esperar a que le creciera el pelo de nuevo, tras la faena de Dalila, para acabar con los filisteos, aun sabiendo que también él moriría.
A una de nuestras grandes cabelleras se lo insinué sin que me hiciera caso: No te cortes la melena, que ya la vida se encarga de hacerlo con el tiempo… Y, a veces, antes de tiempo. De todas formas, lo más importante de las cabezas es la inteligencia, que no necesita de afeites, sino de libros estudiados y de valores en su sitio.