Me remite para su lectura mi amigo Miguel Rojas, un libro publicado por ediciones Fervenza, que recoge parte de las memorias de Perfecta Ogaza Fontangordo y que lleva por título: “Para que non estiñe a memoria das avoas”. La obra está escrita en dos gallegos que bailan en perfecta armonía la jota del tiempo, al son de gaitas, bombo y tambor. Xulia Marqués Valea, fue recogiendo y dando forma a muchas horas de charla, a muchos sentires y a fragmentos de memorias. Xulia es catedrática y doctora en filología gallega y licenciada en filología románica, docente e investigadora y ha sido, entre otras muchas cosas, asesora técnica en la Dirección General de Política Lingüística de la Xunta de Galicia. Es autora de numerosos trabajos sobre la generosa lengua gallega y cuenta además con varias obras publicadas.
Decía que este ejemplar para el recuerdo está escrito en dos gallegos: el académico de la catedrática y el gallego pegado a la tierra y nacido de la memoria de ‘Pichula’, que así llamaban a Perfecta. Su lengua tiene las esencias toponímicas propias de un área de Galicia pegada a Asturias (Souto de Mogos) y de la que absorbe giros, dejes y expresiones características de la hermana región vecina. He de confesar que el lenguaje en que está escrito me es muy familiar por proximidad geográfica de la aldea donde nací, Nio, perteneciente a Taramundi, con Souto de Mogos (Soto de (los) Monjes) y cuya relación entre los vecinos de ambas era cordial y fluida.
Conocí a ‘Pichula’, compartí con ella risas, charlas y versos, su alegría desbordante y su inteligencia y memoria prodigiosas. No fue mucho tiempo, pero sí intenso y me es grato pasar su recuerdo por el corazón de tarde en tarde.
Xulia Marqués dedica este libro a sus abuelas María y Placeres y a su madre Antonia y, en su nombre y en el de Perfecta, a todas las madres y abuelas gallegas. Recoge la autora unos versos de Olalla Cociña de su Libro de Alicia y que vienen como anillo al dedo: “Buscándote seguido/ para non esquencerte/ quixera apañare da túa face cada engurra/ cada aceno/ para facer un colar de contas infinitas…”, y en la página siguiente otros versos de Darío Xohan de su libro Romanceiro de Terra Cha: “Ollade a muller labrega. / Nin ten as mans como pombas/ nin belida a cabeleira”.
La obra que tengo en mis manos denota el generoso conocimiento de la autora y está perfectamente estructurado, con una introducción preliminar sobre la nonagenaria Benigna Perfecta Ogaza, seguida por apartados sobre la lengua, el estilo y la trascripción de los etnotextos, en el que explica que se ha realizado una trascripción literal de lo dicho por ‘Pichula’, respetando su modo de contar las cosas y los trazos dialectales característicos de la zona, entre Galicia y Asturias. La autora continúa con un estudio sobre el estilo de su discurso oral “vivo, rico en sus modos expresivos… que nos define a los gallegos” y que ya recogió Santiago Lamas, citado en nota a pie de página, cuando escribe: “delata esa gramática culturalmente específica”. En este apartado recoge la numeración detallada del contexto, el modo de expresión circular, del que ya hablara hace más de un siglo Otero Pedrayo, la pluralidad de los matices de expresión, el “-iñismo” o el empleo abundante de diminutivos, el dativo de solidaridad para atraer al oyente, el uso de sobreentendidos y otros aspectos como el humor o la doble negación.
Tiene esta obra una espléndida documentación fotográfica tanto de Perfecta como de la casa donde nació, de la de Souto de Mogos, su familia materna, sus hijos y marido, imágenes de costumbres de la época, como las “mallegas” de trigo y otras muchas fotografías de personajes y paisajes. Termina el libro con un glosario de palabras y una amplia bibliografía de autores citados o referenciados por Xulia. En su artículo publicado en el Diario de Carlos Paz, el profesor Eduardo “Lalo” Vijande, nos dejó dicho cómo se configuró la obra: “La idea surge a raíz de una conversación con Miguel, el hijo más joven de la protagonista, en Taramundi, pueblo limítrofe con Puentenuevo, en la vecina Asturias, donde comenzaron tantas cosas”, y termina hablando del acto de presentación como “un acto entrañable, lleno de morriña, en el que la mente de cada asistente viajó por los rincones de su propio pasado”.
Ya dejó dicho Dickinson que un libro es un retrato del corazón. Este libro también lo es. Emociona cómo entre sus páginas palpita el pulso de tantas y tantas mujeres de aldea, exiliadas en esa suerte de destierro interno que suponían la casa, las labores domésticas, los hijos, el ganado, la gleba… Eran las heroínas silenciosas y casi invisibles de una época en que la vida no era nada fácil para ellas; matrimonios de conveniencia, sumisión, hambre, trabajo, el infinito trabajo que no dejaba tiempo para la galbana ni el recreo. “No salía, qué iba a salir”. “No sé lo que es una fiesta, nunca fui”. “Atendía a ir con las vacas y a trabajar”. Esas mujeres que se dejaron los sueños y la vida por llevar el pan a la mesa y por sacar a sus niños (Aurora, Manolo y Miguel, en el caso de Perfecta) del terrón, fuera como fuera. “Yo me sacrifiqué para que mis hijos estudiaran, para que no trabajaran en la tierra, que ahora está a bravo y nadie quiere trabajar”.
Ellas, las estatuarias mujeres que parieron hijos, que tuvieron padres y hermanos que acabaron muriendo en la guerra o emigrando a países lejanos y de los que muchos nunca más volvieron. No me resisto a incluir este texto de mi admirado amigo y maestro de las letras Esteban de las Heras Balbás y publicado en Ideal de Granada con el título “Esperando a Mister Marshall” y que dice, entre otros magisterios: “La memoria es el libro de cabecera, el recuerdo vivo de la edad perdida, el guardián de pesares y de gozos, o el baúl que esconde el sol de los veranos y el hielo de diciembre. Allí viven nuestros muertos familiares y los amigos que se van despidiendo de la vida. Entre aquellas descoloridas estampas se puede ver el agua de la aceña, sentir el calor de las tahonas en las noches de invierno y oír cómo machacan la piedra los camineros”.

Perfecta, con Edelmiro Rojas, en la foto de bodas. /FI
Este extraordinario trabajo no sólo nos da cuenta de una vida de película en blanco y negro, a la que ‘Pichula’ siempre le supo poner ese color verde y amarillento de las viejas fotografías. Es una obra que rescata del injusto y traidor olvido a todas esas mujeres en la voz de Perfecta, para que no se nos vayan de la memoria esas madres, esas abuelas que, con su renuncia y sudor, con su generosidad y su esfuerzo, levantaron del estiércol aquellos años de miseria. “Trabajaba como una burra”. Y lo hicieron valientemente, sabiéndose al final de sus vidas, felices, por la satisfacción de ver lo que habían construido y lo que dejaban detrás de ellas: un futuro mejor para los suyos, un hacer de una vida de sacrificios, de renuncias, carencias y de nobleza. Y todo ello desde la nada, la abnegación y el silencio.
Una obra pues, absolutamente necesaria para saber, para sabernos, para hurgar en ese tiempo de no hace tanto, que ya es pasado, pero que aún vivimos gracias a Perfecta y a Xulia, en la memoria y en el sentimiento. En otro fragmento del artículo de Esteban, dice: “Llega un momento en que ni con la polea de la memoria puedes poner en pie las piedras de aquellas casas, los nombres de quienes las habitaron, los oficios que ejercieron, las bromas que gastaron, las jotas que bailaron en la procesión de la Virgen, o el día en que dejamos de verlos porque les llegó el tiempo de acudir a la cita con la muerte.” Pero, para eso, está esta obra, para que esas piedras sigan erguidas, para que los nombres queden escritos en la página del tiempo, y para que recordemos que lo que somos es por lo que ellas hicieron.
Puede que sus manos, como en el poema de Darío, no sean palomas, pero tejen y destejen el tiempo con los hilos del corazón, y lo hace, lo hacía, desde el más vivo recuerdo, como si todo el pasado fuese presente. Digo lo hacía, pues Perfecta Ogaza, ‘Pichula’ se nos fue en mayo de 2025, con 93 años, cuando este libro estaba en proceso de edición. Conociéndola, como la conocía, Perfecta no ha muerto, ¡quía! nos sigue hablando con la misma pícara sonrisa de siempre desde dentro de las páginas de este libro. Al avezado lector no le será difícil, a poco que acerque su oído a las tapas del ejemplar que tenga en las manos, oír a ‘Pichula’, su eco detenido en la caracola de ese mar de recuerdos en los que ella semeja un navío con velas, entrando majestuosamente a puerto. Brindemos pues por ella, por ese atardecer disperso que queda en el agrio sabor del instante en que la última página del libro se cierra. ¡Árdelle o eixe… e hai que mollalo!