Hace tiempo que no veo la televisión y a mis amigos del otro lado del Atlántico, que acostumbran a ver los “noticieros” de la madre patria, les aconsejo lo mismo ante la vergüenza ajena que uno siente cuando ve las noticias. Pero, hete aquí que, como mi televisor es antiguo, hace pocos días y sería por la tormenta, se encendió solito. ¿No les ha pasado a ustedes alguna vez lo mismo?
Tuve la mala suerte de que fuera a la hora del telediario y en una cadena de cuyo nombre no quiero acordarme. Por desgracia no pude cambiar de canal (lo hubiera hecho) porque no sabía dónde tenía el mando a distancia, ni si tiene pilas. Después de ver no más de quince o veinte minutos opté por lo del enchufe, que nunca falla y llegué a la conclusión de que, de la tele, a poco que uno se lo proponga, se puede salir.
Esos dolorosos minutos fueron suficientes para reflexionar en lo que estarán pensando mis amigos allende los mares o los de los países vecinos, ante el espectáculo político que los de uno y otro signo, bando o tribu, nos ofrecen cada día. Dejo la comparativa con los payasos, que son los únicos que nos proporcionan sonrisas y alegría.
Tenía razón mi buen amigo y prolífico escritor Javier Castejón, miembro del grupo Letraheridos del Hospital de Granada, cuando en su reciente artículo “Neurociencia del hartazgo político”, de muy recomendable lectura, citaba muy acertadamente a Estanislao Figueras que, en 1873 y antes de irse a Francia y abandonar la presidencia de la Primera República, se levantó de la mesa del Consejo de Ministros y dijo aquella famosa frase de: “Señores, estoy hasta las narices de todos nosotros”. Algunos dicen que no era exactamente narices lo que dijo, sino que era otra parte de los atributos masculinos.
El caso es que la imagen que estamos dando de “todos nosotros” a los de más allá de nuestras fronteras, es más que lamentable, aunque tristemente parece un mal endémico en todo el mundo. Uno no deja sino de sentir cierta grima o pudor ante tanto desmán, despropósito y tropelía de “los unos y de los otros”, de los de en medio y de nosotros mismos.
Uno de los mayores actos de cordura y de salud mental hoy en día es alejarse del embudo televisivo y de todo aquello que tenga que ver con el esperpento político habida cuenta del nulo interés manifiesto de nuestros representantes, de los que estamos hasta más abajo del ombligo, en ponerse de acuerdo y entenderse entre ellos y no reírse a mandíbula batiente de sus representados.
A ver si va a ser que los payasos somos nosotros. No sé a qué se está esperando para configurar un gobierno formado en su totalidad con inteligencia artificial. Eso nos ahorraría ministerios inútiles, asesores, departamentos absolutamente prescindibles, coches oficiales, influencias en contratos públicos y mordidas, lo que sin duda haría subir mucho el PIB y reducir la infinita deuda pública y de paso subir las pensiones, ahora que desde hace unos días las cotizaciones sociales son insuficientes y van -según creo- a deuda pública y que arrastra un déficit acumulado de casi el 8% del PIB.
Se podría contratar a más sanitarios, con sueldos dignos, para la deficiente sanidad pública, aligerar las listas de espera y arreglar algunos bachecillos de las carreteras y seguramente alguna que otra cosilla. Si a alguien se le ocurre poner en marcha ese partido que cuente conmigo, que se me están ocurriendo unas cuantas ideas mientras escribo este artículo. Recuerdo a Schopenhauer cuando dijo aquello de que “lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión en sí, sino la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer”. Lo dicho.
Decía que del embudo de la tele se puede salir. Nos queda la radio, y no toda, que tomo en dosis pequeñísimas y que uso para dormir como si fuera una tila. Y algunos diarios, no todos, en los que con leer algunas secciones o titulares es más que suficiente. Creo que los diarios están mal diseñados. Debieran empezar por alguna buena noticia, algo de deportes, un mucho de cultura y la información del tiempo. Las malas noticias deberían ponerlas al lado de las esquelas o entre las páginas de citas. Es sólo una idea, pero falta haría.
¿Sumario? Uno de los mayores actos de cordura y de salud mental hoy en día es alejarse del embudo televisivo y de todo aquello que tenga que ver con el esperpento político.