Enrique de Navarra era protestante, pero estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguir el trono de Francia y eligió convertirse al catolicismo para poder reinar como Enrique IV. De ahí la frase que probablemente él no pronunció sino con insinuaciones parecidas: “¡París bien vale una misa!”
Aquí, más que protestantes seguimos siendo protestones. Seguramente la vicepresidenta segunda le pediría al ministro de cultura: “No vayas a la inaugural restauración de Notre Dame porque allí van a estar todos esos mandatarios que no quieren reducir el número de horas para sus trabajadores. Y, además, si Dios no existe para qué vamos a ir nosotros a hacerle propaganda”… Y cosas así. El Presidente de Gobierno, como tiene que corresponder de algún modo a su embobada manera de mirar, le contestaría: “Eso, y que tampoco vayan los Reyes, que son más altos que yo y, desde que a Letizia la han retratado con el chal rojo sobre el negro de Balenciaga, toda la prensa elogia su belleza menospreciando a mi esposa… No, que no vaya nadie y así distinguirán nuestra ausencia”.
Tampoco allí nos han echado de menos. Y es una lástima.