La Navidad suele disfrazarse de luces artificiales y escenarios sociales que, a menudo, solo sirven para encubrir un vacío espiritual profundo. Para muchos, el hogar no es un refugio, sino una casa en penumbra, aunque brillen las guirnaldas; un espacio donde el silencio pesa porque falta el afecto genuino, el abrazo fraterno y esa comprensión del alma que todo ser humano, por naturaleza sociable, anhela.
Hay quienes hoy buscan desesperadamente el refugio del trabajo, esa válvula de escape para no enfrentar la soledad de cuatro paredes. Otros, ni siquiera tienen ese escenario laboral para socializar y se encuentran náufragos en una inmensidad de gente que no los ve. Quizás has sido traicionado por un amor desleal, o vives una vida vacía a pesar de estar acompañado, porque quienes debían amarte, respetarte y comprenderte, se hicieron los desentendidos de que tú, por encima de todo, eres un hijo de Dios.
Pero hoy, desde mi condición de hermano e hijo de Dios también, te digo: ¡Upa! ¡Arriba! No te quedes en el suelo del desánimo. No desmayes ni permitas que el sufrimiento nuble tu dignidad. Aunque el mundo parezca ignorar tu presencia, Cristo te ama con un amor que no conoce de horarios de oficina ni de traiciones humanas. Él es el abrazo que te falta, la mano que se extiende cuando todas las demás se han cerrado.
Si te sientes un alma distinta, incomprendida por el resto, no es porque estés defectuoso, sino porque tu corazón late en una frecuencia de sinceridad que el ruido del mundo no puede procesar. No llores por quienes no supieron ver la luz en ti. Hoy te brindo mi mano amiga; no estás solo en esta inmensidad. Somos muchos los que, en la fe, formamos esa familia que no necesita de lazos de sangre para reconocerse.
Esta noche de Navidad, que la luz que brille no sea la de una lámpara eléctrica, sino la de la esperanza de saberte amado por el Creador. Levántate, porque tu vida tiene un propósito sagrado y tu soledad es, en realidad, el pesebre donde Cristo quiere renacer para darte el consuelo que el mundo te ha negado.
«No te sientas solo, pues el mismo Dios que hizo las estrellas ha elegido tu corazón para nacer de nuevo en la humildad del silencio.»
(San Agustín)
Dr. Crisanto Gregorio León
Profesor Universitario / Ex-sacerdote / Abogado