Palestina, el hogar de las masacres (Primera parte)

2 de noviembre de 2023
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Un día como hoy, el 2 de noviembre de 1917, el ministro de Exteriores de Inglaterra, Arthur Balfour, escribió a Lord Lionel Walter Rothschild, miembro de la comunidad judía británica, sesenta y dos palabras que serían realidad treinta años más tarde, en 1947, en las que daba el “beneplácito” a un “hogar nacional para el pueblo judío”.

ERNESTO EKAIZER/El Periódico de Catalunya

“Se necesita comenzar por el principio. Y el principio de todo es el coraje”, escribió el filósofo francés Vladimir Jankélévitch (1903-1985) en su Tratado de la virtud (1949).

Pues eso, 1949.

Ha pasado casi un año desde el 14 de mayo de 1948, día de la proclamación en Tel Aviv del Estado de Israel, y mi tío se lanza. Bernardo Ekaizer, nacido en Varsovia, pasa su infancia y adolescencia en Argentina y decide hacer allyá (en hebreo literalmente ascenso o volver allí) a Israel, como se llama a la inmigración de los judíos de la diáspora. Aspira a estudiar medicina en la Universidad de Jerusalén. Y nada más llegar se enrola en Tzáhal, acrónimo de las Fuerzas de Defensa de Israel. Mis padres le siguen unos meses más tarde con un bebé nacido en febrero de 1949. Ese soy yo.

Mi padre, Israel, Srul en lengua yidish, el mayor de seis hermanos, tres varones y tres mujeres, es un hombre que desde la primera adolescencia es sionista-socialista. Ha llegado a Argentina a primeros de los años treinta desde la Varsovia de la dictadura del mariscal Pilsudski (1926-1935).

Hacia diciembre de 1949, la Compañía Nacional de Vivienda de Israel -Amidar- concede a mi familia una vivienda en un pequeño barrio de Tel Aviv, Ramat Itzhak, en lo que entonces era el suburbio de Ramat Gan. Una modesta casa pequeña de dos plantas conocidas como shikunim (moradas o viviendas). Estas casas baratas, construidas con piedra de Jerusalén, acogen a las oleadas masivas de trabajadores y clase media que vienen en los años cincuenta del norte de África y de todas partes.

Mi padre y mi madre, Teresa, instalan su taller de marroquinería en el Shikun Amidar. Es la alternativa, al parecer preferida por mi madre, a vivir en un kibutz, la comuna agrícola israelí que crece como hongos, la estrella de la colonización sionista-socialista. Vivíamos aislados frente a una plantación de naranjos (pardess en hebrero, balaya en árabe) cuyo fruto solíamos recoger junto con los otros colonos. En aquella época la naranja denominación de origen Jaffa (Yafo en hebreo) era la favorita de Inglaterra y dominaba el comercio mundial. Yafo y Tel Aviv están muy cerca como quien dice a un tiro de piedra: 4 kilómetros. Toda esa zona rezuma el embriagante aroma de la naranja y de sus flores.

Hacia el 24 de diciembre de 1950, mi tío Bernardo es herido en una de las fronteras de Israel. Disfrazado de árabe regresa de recoger información en la parte palestina, da su contraseña al soldado israelí que custodia la entrada a territorio judío, quien le dispara provocándole heridas graves. Al parecer, la contraseña ha cambiado. En la carta que le envía mi padre a su hermano Jaime, en Buenos Aires, el día de la muerte, el 27 de diciembre de 1950, le narra los hechos, en lengua ydish. Ha estado con él en el hospital y le dice que ha muerto como un gran soldado, a sus veinte años, para que informe a sus padres, el zeide (abuelo) Aarón y la bobe (abuela) Rebeca. La tumba de Bernardo Ekaizer yace en el cementerio militar de Nachlat Itzhak, en Guivatayim, en Ramat Gan, no lejos de donde vivíamos. Hacia 1954, mis padres regresan a Argentina. Mi lengua materna es el hebreo y mi oído es el yidish que hablaban mis padres entre ellos. Mi educación es doble: por un lado pasa por la escuela judía y por el otro por la gentil (gentil o goy en yidish). La Bialik shule (escuela) de Buenos Aires -donde había, desde 1951, jardín de infantes, primaria, y secundaria o Tijon- había sido creada por aquellos sionistas progresistas, simpatizantes de movimientos como el Hashomer Hatzair, (Guardia de la juventud) cuya gran figura fue Mordejai Anilevitch, líder del levantamiento del gueto de Varsovia sofocado a sangre y fuego por las SS de Heinrich Himmler. (19 de abril-16 de mayo 1943).

Recuerdo la estupenda escuela con su teatro de los viernes. Y a su figura, el poeta Jaim Najman Bialik (Ucrania 1873-Viena 1934) y el rostro en su sello de 1959, que más tarde me resultaría parecido con el rostro de Frank Sinatra. El joven Bialik fue nombrado por una comisión de Odesa en 1904 para investigar las circunstancias del pogromo en judíos en Kishinev e investigar a los sobrevivientes de la matanza. En la escuela nos enseñaban su poema, que se difundió por el imperio zarista, titulado Tras la masacre.

Levántate y ve a la ciudad masacrada/Y con tus propios ojos verás/Y con tus manos sentirás/ En las cercas y sobre los árboles y en los muros/La sangre seca. Y los cerebros duros de los muertos/ son ellos/ Id a las ruinas, a las brechas abiertas.

Junto con la escuela judía adherí al movimiento sionista socialista moderado Libertad (Dror) en el que los compañeros (javerim) llevábamos en los primeros años sesenta, como scouts, la camisa azul brillante y el semel, la espiga y la estrella de David.

En aquellos años, un bestseller fascinó a la juventud sionista: Éxodo. El escritor León Uris (Estados Unidos 1924-2003) viajó a Israel y convirtió en novela unos hechos reales de 1947, una novela que Otto Preminger (Ucrania 1905 -Estados Unidos 1986) llevó al cine en 1960 después de despedir a su guionista. Que era nada menos que el propio León Uris. El director austríaco rescató de las listas negras del cruzado anticomunista Joseph McCarthy en Holywood al gran escritor y guionista progresista Dalton Trumbo.

El film ficcionaliza el viaje de un viejo barco norteamericano con 600 pasajeros que se salvaron del Holocausto rumbo a Palestina, bajo mandato de Inglaterra. También el célebre atentado al hotel Rey David de Jerusalén por un comando de la organización militar sionista Irgun, muy activa entre 1931 y 1948, y, en no pocas ocasiones, enfrentándose a Haganah, la organización militar de autodefensa oficial del llamado Yshuv (la comunidad judía en Palestina).

En 1947, Palestina contaba con 1.300.000 árabes palestinos y 630.000 colonos judíos sionistas. Si bien Inglaterra había prometido a los judíos el 2 de noviembre de 1917 un (hogar nacional) en términos abstractos (hoy se cumplen 106 años de la famosa carta de sesenta y siete palabras del ministro de Exteriores británico Arthur Balfour), sería la Asamblea General de la ONU la encargada de pronunciarse el 29 de noviembre de 1947. La famosa resolución 181 o Partición de Palestina. Un 56 por ciento del territorio palestino para los judíos y un 44% para los palestinos, cuya población era el doble de la judía.

La película narra un momento delicado, el anterior a la resolución de partición. El Haganah intenta controlar sus propias filas, y entre ellas al grupo radical extremista Irgun. Un enviado (Paul Newman o Ari Ben Canaan) se reúne con su tío Akiva, responsable del Irgún [entonces era su jefe máximo quien sería años después primer ministro, Menahem Begin).

-Luchamos para ocupar posiciones que podemos mantener. Vosotros atacáis para sembrar el terror. Estas bombas y muertes nos hacen daño en la ONU -señaló Ben Canaan.

-No es la primera vez que pasa en la historia. No conozco ninguna nación ni antigua ni actual que no naciese violentamente. Terror, violencia y muerte. Son las tres comadronas que trajeron a las naciones libres al mundo. Que el Comité Nacional intente sacar a los ingleses con palabras. No tenemos ningún problema. Seguiremos intentándolo con las bombas -replicó Akiva.

(Mañana Segunda parte)

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