A lo largo de mi vida he leído muchos libros de poesía, españoles sobre todo, que son más entendibles, y en ninguno de ellos los autores usaron las palabras sobaco o supositorio. Ni siquiera en poesía satírica. Porque se trata de sonidos cacofónicos, de los que suenan mal, y siempre serán desechados al escribir cualquier oda que se precie.
Conocí a un señor respetable que nunca visitó al médico por no creer en la eficacia de sus tratamientos: “Los médicos, decía, te quitan el tabaco, el alcohol, el café… menos la enfermedad. Y encima te mandan supositorios. ¡Anda y que se los pongan ellos!”.
Como parece ser que hoy no se recetan los supositorios como antaño, el que fuera ministro de muchas cosas (recordado por la multa irreverente a Lola Flores) los ha vuelto a poner de moda para mejoría de las industrias farmacéuticas, advirtiéndonos del desdoro de muchas leyes que los de su partido quieren que soportemos como un si fuera un pequeño misil, un supositorio con vaselina hecho a la medida de los deleites. Así, en un descuido, será aceptado como inoloro, indoloro e insípido. ¿De quiénes serán los dedos que los empujen?