Entre la adolescencia y la juventud (que nunca debe acabarse) solían repetir en nuestra casa: “este niño tiene pájaros en la cabeza”, sin especificar qué tipo de pájaros, ya que no es lo mismo llevar dentro ruiseñores que avutardas.
Pasolini dirigió en 1966 una película, “Pajaritos y pajarracos”, en la que sus protagonistas ponen de manifiesto que la sociedad permite la convivencia entre gentes que nos enseñan a cantar y otras que nos obligan a despreciar sus sonidos.
En los colegios se les habla a nuestros hijos de cómo fue el descubrimiento de América, pero al revés. Y a los tres años se enseña ya para qué sirve lo que todos llevamos debajo del vientre, como si eso necesitara de lámparas ajenas. Y más cosas que manifiestan las obsesiones de unos gobernantes que nunca bebieron en las madrugadas la leche de la luna…
Sin embargo, nadie enseña cómo puede soportarse el graznido de los pajarracos que tan poco contribuyen al deleite de la paz. Ahora, sólo los sordos, como Beethoven, pueden ofrecernos sinfonías si atienden únicamente a los ruiseñores que llevan en la cabeza desde que se sentían adolescentes.
pedrouve