Ya dije a su tiempo que en Veraluz, un pueblo-ciudad de más de diez mil habitantes, pasa de todo, porque es el centro neurálgico de cualquier convivencia y del que puede extraerse una doméstica sabiduría llamada a ordenar los recovecos de la conciencia.
Lo único que, gracias a Dios, no ha llegado a Veraluz han sido los incendios, pero las modas sí y, alguna que otra vez los trenes, que hasta pueden ser puntuales si se lo proponen los que distribuyen enchufes en la capital. Cuando a un grupo de niñas siniestras y aburridas les dio por vestirse estrafalariamente de negro llamándose a sí mismas “las góticas”, a las hijas de don Anselmo, que eran feuchas, les dio por probar así vestidas en un intento de esbeltez y recato que no produjo efecto.
La prudencia de Veraluz cortó amarras cuando las vieron salir en televisión desgarradas de protocolo, con botas de escalar imprudencias y una postura de lechugas de invernadero. En el pueblo no gustó ese atrevimiento; menos mal que eso ya lo cambiaron las niñas por empresas de alto nivel, con el asesoramiento de su padre, de extensos caudales y dispuesto, si hace falta a que sus hijas se distingan, más que por beldades, por inteligentes.
Pedro Villarejo