Según como se mire, los pájaros pueden ser los bailarines del aire, si cambiamos pies por alas, posturas por equilibrios, al compás de un Chaikovski que sólo ellos escuchan.
Cuando los pájaros están alegres, su danza es envolvente. Y si vieran que alguno de los suyos ha caído, por falta de dirección o viento desbocado, arrojan plumas al cuerpo solitario para que no note demasiado el frío.
En el baile de los humanos solemos retener todas las plumas pensando, no en los demás, sino en cómo calentar nuestra caída. A la tarde, cuando la danza es más difícil y se precipita el dolor de la ciática, la manta de la ayuda se agradece más que nunca.
pedrouve