El oficinista

21 de abril de 2025
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Vargas Llosa |EP

JESÚS ANTONIO CAMARILLO

El joven Vargas Llosa trabajaba con un horario de oficinista, solía decirlo él mismo en las entrevistas tempranas, cuando su obra se difundía en el mundo, todavía sin cumplir los cuarenta años y el “boom latinoamericano” vendía, con pasmoso usufructo, a sus figuras emblemáticas: Cortázar, Fuentes, García Márquez y, por supuesto, Vargas Llosa. En todas esas charlas, cuando decía eso, parecía marcar que, en la literatura, como en todos los oficios, muchas de las veces la disciplina y la constancia tienen prioridad sobre el talento. Pero “Varguitas” portaba un conjunto de aptitudes que lo llevaron a ser uno de los más grandes escritores del mundo.

Vargas Llosa tuvo larga vida, pero ahora que ya no está, decir que deja un legado es reconducirnos al lugar común. Pensar en el vacío que dejan intelectuales como el escritor peruano es también caer en el abismo del tópico manifiesto. Lo cierto es que uno pensaría que narradores de la talla de MVLL no deberían morir, porque queramos o no, conectamos su vasta obra con el hombre que la escribió. Y en ella vemos al maestro, al modelo, a quien puede inspirar, sobre todo en los años tiernos, a querer escribir con un trozo del talento narrativo que desplegó.A Vargas Llosa no lo quiere mucha gente por sus ideas políticas, las que tuvo, sobre todo, en la segunda parte de su vida intelectual. Esas transiciones que van del joven Vargas Llosa, simpatizante de la revolución cubana y de Fidel, hasta sus posiciones de los últimos lustros, cargadas de una ideología propia de las derechas más recalcitrantes. Y que decir de sus críticas acérrimas a todos los presidentes latinoamericanos emanados de la izquierda, incluidas las dirigidas al expresidente López Obrador.

Por eso muchos opinadores hicieron suya una frase atribuida a Mario Benedetti: “A Mario Vargas Llosa habría que leerlo siempre, pero escucharlo nunca”. Expresión de la que habría que distanciarse. Claro que hay que leerlo, leer toda su obra, la novelesca y la ensayística, pero también hay que escucharlo. Sin prejuicios, escuchar al pensador, analizarlo y luego tomar partido. En el terreno de las ideas nadie tiene la verdad completa. Como parte del sentido caritativo intelectual tratemos de entender a los grandes pensadores en su mejor forma. Y, sobre todo, aprendamos a distinguir. No mezclemos la obra, extraordinaria en este caso, con la opinión política. Vargas Llosa fue un gigante que en varias de sus obras expuso a algunos de los dictadores o titanes del imperialismo y los destazó con la narrativa magistral que era capaz de desplegar. En el terreno de sus ideas políticas, el último Vargas Losa irónicamente se acercó al imperialismo que evidenció en sus novelas. Y eso es completamente válido. La destreza del narrador no mantiene un nexo necesario con su específica posición política. Si este nexo, contingente del todo, se manifiesta, qué bien y si no es así, pues también. No existe un nexo de causalidad entre una cuestión y la otra.

Polemista consumado y quizá, mal político, pues no se le daba la facultad de saber negociar bajo los entresijos del poder, sabía concentrar los reflectores cuando así se ameritaba. En nuestro país se volvió un segmento célebre el instante en que, en ese ya lejano agosto de 1990, en un encuentro de intelectuales organizado por la revista “Vuelta”, ante el escozor e incomodidad de Octavio Paz que no sabía cómo reaccionar, Vargas Llosa espetaba que a México no se le podía exonerar de la tradición de las dictaduras latinoamericanas. “El caso de México encaja dentro de una tradición con un matiz que es más bien un agravante. Yo recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano con esta fórmula: México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, es México, porque es la dictadura camuflada, de tal modo que puede parecer no ser una dictadura, pero tiene de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura, la permanencia no de un hombre, pero si de un partido. Un partido que es inamovible”.Eran los tiempos en que todavía la gente acuñaba esa vieja frase de “gánenle al PRI”. La expresión usada por el autor de “La Fiesta del Chivo” encontró eco internacional. Al día siguiente, después de infinidad de especulaciones, Vargas Llosa tomó un avión aduciendo cuestiones familiares irrenunciables.Muchos años después, en la cruenta guerra contra el narcotráfico desatada por Felipe Calderón y que dejaba a miles de muertos por las calles del país, pero cuya cuota sintió marcadamente Ciudad Juárez, Vargas Llosa se decantaba por una abierta legalización de las drogas.

Así era el escritor, en todo estaba.

*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Jesús Antonio Camarillo, publicado en El Diario de Chihuahua.

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