En este Gobierno hay judas y cínicos. La Ley de Bienestar Animal y la reforma del Código Penal en la materia han sido aprobadas por el Congreso, normativa que supone un avance considerable en la protección de los animales pero que deja fuera a los perros de caza. Es decir, que con la misma ley tienen más derechos las iguanas, los hámsters o los pulpos si los aceptamos, eso sí, como animal de compañía, que los podencos y otras razas de perros que el hombre destina a la noble tarea de matar a bambis, disparar a pichones y zorzales, reventar liebres y lo que todavía es peor, cazarlos con alevosía y premeditación; lo que sucede cuando los furtivos ponen las luces de los vehículos en los caminos rurales para deslumbrar a los animales a los que disparan como si fuesen muñecos de feria, o como cuando se encierra a un macho de perdiz en una jaula junto a puesto oculto para que atraiga con su canto a la hembra y cuando le tiene a tiro, escondido como un cobarde, el francotirador dispara casi a quemarropa.
En este Gobierno hay judas y cínicos porque aprueban una ley para proteger animales y dejan fuera a los perros de caza que son utilizados justamente en la tarea dar muerte a otros animales. ¿A que dicho así suena fatal? Pues es lo que ha ocurrido y se puede maquillar como se quiera. “¿No podemos echarnos encima a los cazadores y los partidos de derechas no aceptarían una ley que no tenga en cuenta a los cazadores?”, han debido pensar en La Moncloa.
En España, según las últimas cifras disponibles, de 2019, en la actualidad hay casi 750.000 licencias de caza, cifra que unos años antes superaba el millón. ¿Se imaginan si esas 750.000 criaturas dedicaran su ocio a tareas más nobles y productivas en la sociedad que matar animales, caso de voluntariado en ONG, leer, viajar o estar más tiempo con sus hijos? Son muchos sí, aunque vayan a la baja y ciertamente es una actividad que mueve mucho dinero y que la caza sea una actividad con miles de seguidores no quiere decir que sea un ejercicio digno del ser humano.
No puede haber nada digno ni noble en el gusto de matar animales por placer o porque sí, como no lo hay en el gusto de matar toros lentamente en una plaza mientras el público aplaude y suena la música. No quiero entrar más a fondo en este asunto, pero no tengo inconveniente en hacerlo en otra ocasión por mucho que se hable de un arte en el que yo solo veo la agonía de un hermoso animal, y de un mundo en el que se mueve empleo y dinero.
Pues eso, que el PSOE no ha querido incluir en la ley de protección animal a los perros de caza. Yo he tenido uno, un podenco que me ha dado más amor, lealtad y cariño del que serían capaces de dar nunca los que han peleado por dejarlos a la suerte de sus dueños, que reitero, disfrutan matando animales. Mi podenco ha sabido cuando me dolía la tristeza y cruzaba conmigo sus ojos brillantes para aliviarla, se acurrucaba en mis pies, jugaba, paseaba o permanecía horas junto a mi para que no me sintiese solo cuando las cosas venían cruzadas. Y él lo sabía, y me mordisqueaba, me lamía o inclinaba la cabeza como si me dijese: “¡venga, una pizza!”
Un día de invierno alguien lo hirió y lo dejó tirado en una cuneta. Cuando al fin pude encontrarlo estaba muerto, congelado. Perdió la vida de forma cruel. Tenía tres años, lo recuerdo todos los días y lo echo mucho de menos. El que lo hizo no tenía corazón, era un miserable incapaz de sentir amor por la vida. Debió pensar que solo era un perro de caza, pero se equivocaba, era parte de mi vida.