El Museo de América abre sus puertas este viernes a un universo fascinante: ‘Búcaros. Valor del agua y exaltación de los sentidos en los siglos XVII y XVIII’, una exposición que convierte piezas de barro cocido en ventanas a los gustos, obsesiones y costumbres de las élites coloniales. Lejos de ser simples objetos decorativos, estos recipientes eran jarras, floreros y también vasijas comestibles. Sí, comestibles.
La muestra, comisariada por Andrés Gutiérrez Usillos, no sólo expone cerámicas de Tonalá (México), Portugal o Asia, sino que interroga a quien la recorre: ¿por qué se comía barro?, ¿era por el aroma, la textura, una necesidad fisiológica o cultural? El recorrido parte del retrato de un virrey para desembocar en una sala dominada por la presencia femenina, donde el barro se convierte en símbolo de refinamiento, resistencia e incluso deseo, según una información publicada en Europa Press.
El director del Museo de América propone una lectura sensorial: los búcaros no sólo aromatizaban el agua, también liberaban geosmina —la molécula que huele a tierra mojada—, creando una experiencia olfativa adictiva que pudo explicar la extraña costumbre de ingerirlos. Un lujo para las mujeres virreinales, muchas veces encargadas de recoger el agua, que desarrollaron una conexión especial con estos objetos.
De Velázquez a los virreinatos, los búcaros aparecen en cuadros, crónicas y cartas como símbolo de distinción. En esta exposición, vuelven a escena como protagonistas de una historia barroca, multisensorial y profundamente humana. Una muestra que mezcla arqueología, arte y antropología para rescatar del olvido uno de los gestos más intrigantes del pasado colonial: comerse la belleza para saborearla con todos los sentidos.