Humanidad y violencia

23 de mayo de 2025
2 minutos de lectura
Ciudadanos.
JORGE PUIGBÓ

“…Por tanto, la eficacia en el terreno internacional se traduce en la supervivencia del Estado, lo que hace que sus acciones estén regidas, no por planteamientos morales abstractos, sino por el principio de eficacia a la hora de preservar el interés nacional, esto es, la consecución de poder…”

¡Que tomen por asalto al mundo! ¡Que cada país resuelva sus conflictos y apetencias territoriales a tiros! Total, es lo que ha venido sucediendo a través de la historia y por lo que se puede observar continuará sucediendo.

El mundo arrastra “reconcomios históricos”, revive y alienta resentimientos que provienen de un pasado remoto, producto de algunas decisiones imperiales, o de estados, tomadas algunas de buena fe y todas basadas en intereses y circunstancias del momento, y cuyas secuelas continúan siendo utilizadas como elemento aglutinador de nacionalismos extremos, convirtiéndose en la excusa perfecta de algunos líderes para llamar a la unidad nacional, a la violencia y clamar justicia.

Frente a la irracionalidad de algunos al distorsionar hechos del pasado para que sirvan de fundamentos y así justificar acciones bélicas, provocaría gritar: volvamos a la prehistoria, a la guerra como regla para dirimir diferencias, olvidemos las normas, las leyes, la moral, por cuanto constituyen un estorbo para lograr los fines de algunas naciones poderosas y de otras, la mayoría, que no lo son tanto.

Ideologías, sueños de grandeza, psicopatologías, siempre han acompañado a los responsables de haber iniciado las guerras y las revoluciones violentas fracasadas, las que solo dejaron su carga de miserias y muertes, y una vez finalizadas, el dolor y el arrepentimiento de la población que, desgraciadamente el tiempo pareciera borrar con rapidez.

Para enfatizar esta última afirmación sólo debemos recordar la Primera Guerra Mundial, ocurrida entre el 28 de julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918, en la cual murieron, entre civiles y militares, unos 40 millones de seres humanos y  23 millones sufrieron heridas, por lo cual, para ese entonces, fue catalogado como el conflicto más mortífero de la Historia y lo peor, nadie lo podía imaginar, que ese hecho tan terrible, estuviera preparando el terreno para otra guerra mundial que se produciría solo 20 años después.

La finalización de esta guerra trajo importantes consecuencias geopolíticas, cuyos efectos se proyectarían hacia el futuro de forma impredecible, manifestándose con virulencia en nuestro tiempo. De todas ellas quizá la más importante fue la disolución de cuatro grandes imperios y la constitución de varias repúblicas independientes en Europa: Checoslovaquia, Austria, Hungría, Polonia, Lituania, Estonia, Ucrania, Finlandia, Yugoslavia (serbios, croatas y eslovenos), y la República de Weimar, esta última, un inestable y conflictivo régimen que gobernó en Alemania desde 1918 hasta 1933 y en cuyo seno se forjó el embrión de lo que sería el más grande conflicto bélico mundial.

Otra consecuencia fue la creación de la República de Turquía al desmembrarse el Imperio Otomano, el cual había entrado en el conflicto en 1914 apoyando a Alemania y Austria-Hungría, siendo derrotado en 1918.

Asimismo, en Rusia, consecuencia, no única, de la situación política-económica derivada de la guerra, se produjo el fin del reinado de los Zares tras la llegada de una revolución en febrero de 1917 y la abdicación del emperador Romanov, Nicolás II, seguida en octubre por la revolución Bolchevique.

Por último, una de las más graves, por su larga proyección en el tiempo, fue el control ejercido sobre la mayor parte del mundo árabe por Inglaterra y Francia, y su posterior evolución conflictiva, lo cual, como lo estamos presenciando en este momento histórico, ha sido una fuente inagotable de largos conflictos bélicos que mantienen en zozobra a la región.

*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Jorge Puigbó, publicado en El Impulso.

 

 

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