Una de las obras que escogí para mis conciertos con la Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León cuando fui director huésped de esa espléndida orquesta fue la chispeante polka “Trisch trasch”, de Johann Strauss, hijo. Es una linda pieza llena de travesura y gracia. En alemán la expresión “Trisch trasch” equivale a nuestro “Bla bla bla”, o al Yakety-yak de los americanos. Tiene, sin embargo, una connotación precisa: alude al parloteo de las mujeres cuando cuentan un chisme.
La pequeña obra de Strauss es descriptiva. En ella las percusiones desempeñan un papel muy importante. Se oye algo como un látigo que restalla igual que las lenguas de las cotilleras. El sonoro sonar de un bombo: representa el fragor del chisme al correr por la ciudad.
En determinado momento –exactísimo momento que el director debe señalar con absoluta precisión– todos los músicos de la orquesta prorrumpen en un “¡Ah!” de admiración, como si en ese instante se hubiesen enterado de algún sabroso chisme. Deliciosa es en verdad la polka escrita por el mismo compositor que escribió “El Danubio Azul”.
Al presentar al público esa pieza expresé mi sincera convicción de que los señores somos más chismosos que las damas. Para ellas –dije– el chisme es un entretenimiento; para nosotros es un asesinato. El chisme de la mujer hace roncha; el del hombre hace sangre. Conozco una historieta que ilustra esto.
El cliente del peluquero le dijo con pesarosa voz:
–Me sucedió una gran desgracia, maistro. Estaba en la oficina, y sentí un fuerte jaquecón. Me fui a mi casa, y encontré a mi mujer con otro.
–¡Qué barbaridad, señor! –exclamó el fígaro sinceramente conmovido–. ¡Lo siento mucho! Debe ser muy feo eso de encontrar a tu esposa con otro hombre.
–Un momento, maistro –se puso serio el cliente–. No me interprete mal. Estaba yo en la oficina, y sentí un fuerte jaquecón. Me fui a mi casa, y encontré a mi mujer con otro. Con otro jaquecón.
El peluquero celebró la ocurrencia de su cliente, y se propuso repetir la broma. Cuando llegó el siguiente parroquiano le contó simulando gran tristeza:
–Me sucedió una desgracia, señor. Estaba yo en la peluquería, y sentí un jaquecón muy fuerte. Me fui a mi casa, y encontré a mi mujer con otro.
Le dijo el cliente:
–Pues sí, maistro; ya todos estábamos enterados de eso, pero nunca tuvimos corazón para decírselo.
Norman Rockwell, una especie de Jesús Helguera de los Estados Unidos, hizo una ilustración para la portada de The Saturday Evening Post. En ella aparecen rostros de mujeres que se van contando un chisme en forma sucesiva. El chisme da la vuelta y acaba por llegar a la misma que lo comenzó.
Y es que, como decía una señora:
–A mí no me gusta repetir un chisme, pero ¿qué otra cosa se puede hacer con él?
Por su interés reproducimos este artículo de Armando Fuentes Aguirre ‘Catón’ publicado en Vanguardia (MX) – Mujeres chismosas. Y hombres chismosos