JOSÉ MIGUEL AYLLÓN
La Corrupción está muy extendida en España, lo sabemos bien quienes nos dedicamos a la abogacía y a bregar con las distintas administraciones; a movernos entre la jungla intransitable de trabas administrativas, funcionarios mohinos y barreras competenciales. Sí, desde hace años salimos en la foto de los países más corruptos del orbe, y en progresión ascendente (o claudicante, según se mire), según la ONG Transparencia Internacional, que se ocupa y preocupa por establecer rankines; en el 2021 habíamos perdido dos posiciones, ocupando el puesto 14 entre los 27 estados de la Unión Europea y el 34 entre los 180 del resto del mundo.
Mi opinión particular: donde más extensa, profunda y arraigada está la corrupción es en nuestra propia conciencia y moralidad; es un problema social o sociológico que afecta a todas las esferas y capas sociales. Que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos. Como decían los antiguos, se trata de una “relajación de costumbres” símbolo de decadencia de una sociedad. Plaga que nos lleva a la autojustificación comparativa. Hay conductas toleradas que son significativas de esta lacra: cobrar o pagar sin IVA, ofrecer el servicio o producto así, o pedirlo así por parte del cliente; llegar sistemáticamente tarde a trabajar o no rendir; negar autorías y responsabilidades; poner mil excusas para salir antes o no ir; en el ámbito empresarial, cobrar por servicios no prestados, o incrementar precios sin motivo, escatimar a los proveedores, etc… Actos, todos ellos, que constituyen casos de corrupción moral o filosófica y que practicamos habitual e inconscientemente, y que siempre justificamos.
Por supuesto hay otros niveles más graves de corrupción que son constitutivos de delito. De estos tenemos llena la prensa de titulares, que no es preciso recordar. Muy pocos se atreven a reconocer que, si hubieran estado en la misma situación de los acusados, o ejerciendo sus cargos, hubiéramos hecho lo mismo o peor: que también hubiéramos cobrado comisiones, o propiciado la contratación de un familiar; o percibido cualesquiera favores, o comprado con precios muy favorables o sin pagar de verdad, etc…
Esto de la corrupción social o sociológica, la relajación de costumbres, es muy difícil de disminuir; no digo de erradicar. Me atrevo a sugerir que la Justicia, o los denunciantes de los corruptos, no apuntan bien, hay que disparar más abajo y así caen más pájaros. En la administración donde hay un caso de corrupción, pongamos por caso urbanística (recalificación de terrenos, elevación ilícita de la edificabilidad, pelotazos, etc…), se suele denunciar a los políticos, pero con ello no se consiguen rebajar los índices de corrupción, ni siquiera las condenas son ejemplarizantes (esto en el improbable caso de que se cumpla la condena, se paguen indemnizaciones y se devuelva lo robado). No, hay que denunciar a los grados intermedios: a los técnicos que dieron informes favorables, a los secretarios o fedatarios que aseguraron que era verdad y todo era legal; abogados o asesores de la administración que informaron, ingenieros y arquitectos que visaron los proyectos, interventores, cuentadantes, tesoreros, etc… Hay que denunciar a quienes tienen que controlar y supervisar a los políticos y que tienen encomendada la vigilancia para que las administraciones se comporten legal y lealmente con sociedad, a la que sirven. Estos grados intermedios son más vulnerables y por tanto servirán mejor a la meta de la Justicia. Creo sinceramente que así la corrupción disminuiría.
Volviendo al asunto y repasando casos mediáticos, me encuentro que en 2013 una asociación de abogados puso una denuncia ante el Tribunal Supremo al haberse conocido que 63 diputados con casa en Madrid cobraban dietas por alojamiento, entre los perceptores de tales indemnizaciones se encontraba Mariano Rajoy. Los denunciantes calificaron los hechos de apropiación indebida de fondos públicos y malversación. El Tribunal Supremo en auto de abril de ese año inadmite la querella, por entender que los hechos denunciados no eran constitutivos de «ilícito penal alguno». Decisión que hemos de dar por válida, aunque lo procedente, a mi entender era haber admitido la querella, haber investigado, haber pedido informe al Congreso y declaración por escrito a los diputados y, en su caso, haber archivado. Dejémoslo ahí.
Desde la perspectiva de este artículo es bueno recordar lo que dice el mentado auto: «Sin embargo esto entra dentro del capítulo de la situación particular de cada sujeto y de su ética personal, aspectos en que la jurisdicción penal es claro que no debe entrar». El Tribunal Supremo residencia la cuestión en el orden ético o moral y lo excluye del ámbito penal. En esto estamos de acuerdo.
Recientemente existe otro reproche parecido que también pesa sobre sus señorías, y también referido a las indebidas y copiosas dietas. En esta ocasión se trata de dietas cobradas durante el estado de alarma en que, durante meses, sólo acudieron al Congreso un diez por ciento de los diputados.
Lo que de verdad me ha llamado la atención en estos y otros casos de corrupción “moral” (he estudiado con detenimiento la sentencia de condena de dos casos: ‘tarjetas Black’ de Bankia y caso de los ‘ERES’), es que ha habido algún individuo singularizado de dichos colectivos que se ha negado a percibir esos indebidos ingresos e indemnizaciones, a dar su conformidad o visto bueno para que otros se apropiaran, o se han negado a usar esas prebendas en forma de tarjeta bancaria. Esto es lo sorprendente en España, que en colectivos multitudinarios de corruptos alguien dé la nota negándose a apropiarse de fondos o impidiendo que otros se apropien, indisponiéndose con el resto.
Ya lo dijo el profeta Jeremías, que lo pone en boca de Yahvé: 5:1 “Recorran las calles de Jerusalén, observen con cuidado, busquen por las plazas. Si encuentran una sola persona que practique la justicia y busque la verdad, yo perdonaré a esta ciudad”.
Gracias sean dadas, estamos salvados. Quedan hombres justos entre nosotros; hombres que nos permiten con su moral intachable luchar por una sociedad mejor. No digo sus nombres porque la reserva y el comedimiento son intrínsecos a la verdadera bondad. Es por ello que pido se les haga un monumento: monumento al ‘Honrado desconocido’.