Cuando en 1996 se estrenó la primera «Misión imposible», dirigida por Brian De Palma, nadie pensaba que ese thriller de espionaje, heredero de la serie televisiva de los ’60, iba a convertirse en una franquicia exitosa.
De hecho, buena parte de la crítica la fustigó, como le pasaba seguido al director. Como botón de muestra, CNN dijo: «la historia no se sostiene y los personajes de cartón apenas intentan tapar los agujeros de la trama«.
Lo que ocurrió en realidad fue que, más allá de las escenas de acción y los giros argumentales, el protagonista estaba lejos de ser de «cartón»: tenía carnadura. Ethan Hunt (Tom Cruise) tiene miedo, duda, no está del todo seguro. Es humano.
Con ese «corazón» lo que comenzó como «film de espías» mutó al ritmo de los tiempos. De la post Guerra Fría a la era de la vigilancia global, del terrorismo internacional al ciberespionaje, y ahora, a la amenaza de una inteligencia artificial sin rostro.
Ethan Hunt no es James Bond, ni Jason Bourne. Es más flexible, más humano, y (casi en una contradicción) más temerario.
En la primera entrega es un agente de élite traicionado por su propio equipo, obligado a limpiar su nombre. Pero con el paso de los films, pasa a ser símbolo de resistencia ética en un mundo donde las instituciones ya no garantizan seguridad.
En un marco donde el cine de acción viró hacia lo espectacular y lo hiper tecnológico, el personaje mantuvo coherencia: es un hombre que se arriesga por sus principios: se lanza desde un avión a 8.000 metros no por fama, sino para salvar a alguien.
La primera «Misión imposible», en 1996, tenía el sello de De Palma: un thriller de espías con tensión, desconfianza y traiciones internas.
Le siguió una secuela muy diferente en 2000, dirigida por John Woo, que apostó por el espectáculo visual y el Ethan más estilizado, con motos, explosiones y una historia de amor.
En 2006, la tercera entrega trajo aire fresco con la dirección de J.J. Abrams, quien puso el foco en la vida personal de Hunt. Aparece la figura del «Hunt enamorado», dispuesto a retirarse, pero atrapado en una misión que lo obliga a volver al juego.
La cuarta película, «Protocolo fantasma», estrenada en 2011, combinó humor y acción en una historia coral donde Ethan trabaja con un nuevo equipo.
En 2015, «Nación secreta» consolidó el rumbo moderno de la saga, con Christopher McQuarrie como director. Su mirada centrada en los dilemas morales de los agentes de campo dio nueva energía a la franquicia.
McQuarrie repetiría la fórmula en «Repercusión» (2018), donde el conflicto se vuelve más oscuro con la reaparición de enemigos y una narrativa que analiza los límites de la lealtad.
Con «La sentencia final», el arco de Hunt parece alcanzar su punto más alto (y complejo). Enfrentado a una inteligencia artificial, debe moverse en un escenario donde la tecnología se escapó del control humano. Bien en línea con estos tiempos.
A los 61 años, Tom Cruise sigue interpretando a Ethan Hunt. Su compromiso con el personaje va más allá de lo actoral. Cruise logró que un agente humano -con dudas, miedos y un sentido del deber casi obsesivo- se mantenga vigente.
La apuesta por el realismo físico, la filmación en locaciones reales y la narrativa sostenida en el suspenso clásico hicieron de «Misión imposible» una excepción en la industria del cine.
La amenaza de «La sentencia final» es, quizás, la más contemporánea de todas: una inteligencia artificial que evoluciona, manipula y controla los sistemas globales de defensa y comunicación.
En plena era de IA generativa, algoritmos que influyen elecciones y una creciente desconfianza hacia las big tech, la película se vuelve más política que nunca.
*Por su interés reproducimos este artículo de Juan Ignacio Novak, publicado en El Litoral.