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Ministra franciscana

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La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. | Fuente: Eduardo Parra / Europa Press

La señora Juana Belarra, ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, tiene los labios finos, de esos en que resulta difícil alcanzar la sustancia del beso. Sin embargo, en su frontal dentadura, una breve separación permite que el aire, al pronunciar sus discursos, se convierta en una brisa deleitable, que acapara y detiene por su misma delicadeza. Tanto, que yo hago una captura de su imagen cuando asoma en las pantallas de televisión y así tengo ya la tarde enternecida. 

Otros, puede que opinen lo contrario, como este amigo de derechas que me susurró al oído nada más verla: “tienen la voz mutilada y el pensamiento deshecho”… Pero ya sabemos cómo son estos malvados de derechas.

A la señora ministra, que es de Pamplona, eso de los Sanfermines debe parecerle una tragedia cósmica y es seguro que en julio, doña Juana, se ha de quedar en el Congreso de las Diputadas sacándole brillo y punto a la Ley del Bienestar Animal, de la que ella es madre y defensora. Porque algunos flecos, admirada señora, quedan por ajustar, por ejemplo, ¿cómo se le ocurriría legislar el vuelo de las aves o determinar la altura adonde llegan las águilas? Pájaros todos que, según Carmen Saval, son transeúntes del aire, juglares del viento.

¿Qué inspector se apostaría detrás de las madrigueras para denunciar el quejido interpretable de las gestantes conejas?… Violadores de corral llaman algunos de los suyos a los gallos de cresta más que roja, que llevan días aguardando en su inquietud las gallinas ponedoras. 

Dentro de pocos días volveremos a reparar en otro aniversario de la muerte de Miguel Hernández, cabrero, como sabe la señora ministra. Nadie puede creer que el poeta maltrataba a sus cabras por ordeñarlas mientras leía a Quevedo, a Garcilaso, a San Juan de la Cruz… por los montes de Orihuela. También él tenía los labios finos de recitar poemas. Otra clase de izquierdas le alumbraban.

Agradezco, excelencia, su cercanía con el sentimiento franciscano de brindar el máximo refinamiento al trato con los animales. Pero entienda también su señoría que los animales no son seres humanos y que los humanos, aunque en más de una ocasión pueda su actuar desorientarnos, tampoco son animales: algo de razón tienen, eso sí, lo demuestran cuando son capaces de aprobar sus ocurrencias, como si fueran el paradigma de las leyes.

Les dejo con este aforismo de Isaac Newton: “Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”.

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