Hoy: 22 de noviembre de 2024
El PSOE y al Gobierno de Pedro Sánchez no pasan días de vino y rosas. Ni de lejos. En política siempre se ha manejado una cifra que se corresponde con el tiempo de cortesía que se concede a un dirigente cuando llega al poder para dejarlo que se haga con el cargo. Son los 100 días en los que el rival y la oposición suele vigilar con menos exigencia y menos hostilidad al recién llegado y esa ‘bondad’ se extiende también al gobierno en la institución.
Lo que nadie esperaba es que fuese el propio recién elegido, en este caso el presidente Pedro Sánchez, el que volase en mil pedazos los cien días desde el minuto uno. Sánchez ha entrado en esta legislatura como elefante en cacharrería. Lo hizo antes de salir investido por sus legítimos pero indecentes pactos con los independentistas para llegar al poder.
Legítimos porque poder puede pactar con cualquier partido que llega al Congreso tras pasar por las urnas, pero indecente porque a cambio de estos apoyos para llegar al poder prometió una amnistía tan amplia como sea necesaria para que alcance al prófugo Puigdemont, y aceptó además crear comisiones para investigar a jueces ‘sospechosos’ para los independentistas, de actuar por criterios políticos.
El primer proyecto de ley de amnistía presentado por los socialistas se quedaba corto de salsa para el gusto de Puigdemont, y fue rechazado por Junts en el Congreso para cabreo del quince de los socialistas. En esa perplejidad estaban cuando se celebran las elecciones gallegas y, donde el PSOE esperaba dar un bofetón al PP de Feijóo y arrebatarle el Gobierno con ayuda de los independentistas gallegos del BNG (está claro que al PSOE le va la marcha secesionista), llegan las urnas y la dan mayoría absoluta al PP y lo que iba a ser una bofetada a Feijóo se con vierte en una brutal paliza a Pedro Sánchez de la que todavía se duele y se lame las heridas como los perros.
Para colmo, su enemigo público número 1, el gallego Feijóo, sale fortalecido y envalentonado a costa de un guapo presidente que pierde fuelle y argumentos para mantener su cautivadora sonrisa. Tanto que en las últimas horas se le ha visto enseñando los dientes apretados, como la Pantoja cuando paseaba de mano de Julián Muñoz por las calles de Marbella.
Y como no hay dos sin tres, de la noche a la mañana salta el escándalo de las mordidas en la adjudicación de contratos públicos, entre ellos por el suministro de mascarillas en plena pandemia, por parte de la mano derecha del exministro Ábalos.
El asunto ha estallado como un volcán que suelta ríos de lava y lo que era el caso del asesor Koldo es ya el del exministro José Luis Ábalos y, en opinión del PP, el del propio Pedro Sánchez porque a su juicio estaba al tanto de los chanchullos del que fuese todopoderoso dirigente socialistas, en el partido y en el Gobierno.
A los socialistas este asunto los ha cogido con el pie cambiado mientras estaban ocupados en explicar las bondades de la amnistía, que se negocia a toda leche con Puigdemont para aprobarla antes de que expire el plazo la próxima semana en segunda votación en el Congreso.
Es mucho meneo y seguido y no extraña que a PSOE y Gobierno, esa tribu organizada de ministros y portavoces que repiten sin pudor ni rubor el argumentario en el que defienden con vehemencia que la tierra es plana, les haya cogido con el pie cambiado, y se mueven como pollos sin cabeza sin saber cómo escapar sin que les pille el toro, y más cuando salen a relucir ministerios y gobiernos autonómicos como el balear que podrían haber accedido a contratos con la trama del señor asesor de Ábalos y del exministro, señalado por el juez y la Guardia Civil como mediador.
La estrategia era crear un cortafuegos para dejar al PSOE y al Gobierno fuera de este escándalo en el que se mueven cifras millonarias de fondos públicos que han acabado en los bolsillos de los listos y aprovechados, y para ello el primer paso era pedir la renuncia del exministro como diputado, pero Ábalos ha dicho que ‘por aquí (imagínenlo con el índice señando al cielo) y ha decidido pasar como “apestado” al grupo mixto y sentarse en el gallinero de la Cámara. Conserva el escaño y el sueldo, que no es baladí para quien admite que tiene que alimentar a cinco bocas y varias esposas.
Ahora no se trata solo de tener que negociar con uno más al hacer encaje de bolillos para sacar adelante cualquier propuesta, es que el canguelo está servido por si el señor Ábalos tira de la manta y cuenta cositas, porque saber debe saber mucho, y cuando a alguien le tocan los ‘cojoncillos’ y no tiene nada que perder, se vuelve, más que incómodo, peligroso, políticamente hablando, claro.
Si entre medias ocurre una tragedia en Barbate que le cuesta la vida a dos guardias civiles a manos de los narcos que le vale hasta tres reprobaciones al ministro Marlaska, nos peleamos con Israel, los fiscales del Supremo salen respondones y desoyen las órdenes políticas de sus jefes para investigar por terrorismo a Puigdemont, y el campo español se rebela harto de injusticias y políticas que los condena a la ruina, parece lógico que Pedro Sánchez pueda pensar que lleva cien malditos días y un funeral desde que revalidó el Gobierno.
¡El precio del poder, sobre todo cuando se llega de aquella manera!