Con sano humor se me ocurre que si Oriol Junqueras se presentara con un hábito que disolviera un poco sus anchuras y una taza en la mano mojando bizcochos con la otra, podría ser un perfecto anuncio de Chocolate los canónigos, un azucarado terroso que vendían en mi niñez y se añadía al escaso pan con aceite de las meriendas.
Tanto a él, como a Turull y al séquito de la farándula independentista le han denegado la solicitud de que puedan seguir siendo “habilitados” para su eterna mamandurria. Llevan, desde el comienzo inútil de sus vidas, una proporción de carnes y dineros que les ha permitido hermosearse por el Paseo de Gracia y hasta comprar en Las Ramblas flores escogidas para sus damas.
Bajan sus intenciones de voto en las encuestas y también sus vientres satisfechos. Por eso reclaman al Presidente, ahora que algunas posibilidades le quedan, que desaloje de las arcas públicas la suficiente cantidad de dinero como para que, en el caso de que tengan que abandonar la política, puedan seguir manteniendo las costumbres tocineras de sus vidas.
A Rufián también se le nota ya en sus hechuras un buen vivir de canónigo orondo.
Pedro Villarejo