Los cambios sociales y la crisis de la política

14 de octubre de 2024
3 minutos de lectura
MARCELO ELIZONDO

Dice Thomas Friedman que el mundo vive grandes transformaciones en tres disciplinas. Las define con expresiones sobre tres letras “M”: los mercados (cada vez más interconectados), la ley de Moore (la evolución exponencial de la tecnología) y la “madre naturaleza” (el modo en que tratamos los procesos naturales).

Pero en relación con la tercer M no remite solo a lo ambiental o climático, porque entiende que también están modificándose los modelos de relacionamiento entre las personas (los seres humanos somos el principal recurso natural).

Al parecer, emergen nuevos modos de interacción humana y se fortalece socialmente lo individual ante lo coercitivo. Vivimos un cambio tecno/sociológico: lo individual ya no es lo egoísta sino que supone el respeto a la esencia personal. Y mucho -aun lo social- se organiza “de abajo hacia arriba”. Las parejas, las creencias, las localizaciones, las profesiones, las opiniones, las adhesiones.

Un fenómeno propio de esto es que las empresas más disruptivas devinieron las organizaciones más poderosas del mundo y en su organización (de ellas hacia adentro y de ellas con sus consumidores) adoptan modelos organizacionales nuevos que contagian al resto. Ya no son jerárquicas y colectivistas sino que “empoderan” a las personas -las que trabajan en ellas o las que son sus clientes- que ahora operan en redes (la jerarquía se sustituye por la “redarquía”, según la define el español José Cabrera-).

Contribuye con esto la plataformización de todo y que las llamadas redes sociales convierten a los individuos de receptores en emisores/creadores. Y la digitalización concede al consumidor un poder inusitado (dice Bill Schmarzo que crece la “nanoeconomia”, en la que el consumidor ya no es el destinatario de un producto sino que, en la interacción digital con su abastecedor, se ha transformado en parte de la cadena de producción).

Este proceso está validado mayormente por las nuevas generaciones que son globales, conectadas, digitales, horizontales, sensibles, extrovertidas, cercanas, sinceras, adeptas al cambio, prácticas. Y son despolitizadas mientras son más sociales, porque han encontrado espacios públicos no gubernamentales.

Lo social ya no es necesariamente político: las empresas toman partido en temas sociales (la antropomorfización de empresas, dice Carlos Pérez -de BBDO-), referentes artísticos mundiales lideran asuntos públicos, redes de personas espontáneas -a través de las nuevas tecnologías- encuentran soluciones a problemas comunitarios autoorganizándose y hasta los tecnociudadanos mundiales influyen sobre las guerras.

Las nuevas tecnologías han creado nuevos ámbitos y un nuevo lugar comunitario.

Lo referido ha llevado a un cambio sustancial: hay un nuevo modelo de líder aceptado. Explican A. de Smet, A. Gast y J. Lavoie para McKinsey Quarterly que en las organizaciones exitosas los nuevos liderazgos tienen cinco cualidades: más que buscar una ganancia buscan un impacto profundo, más que competir contra otros se apoyan en una conducta co-creativa, más que dar órdenes se mueven en base a colaboración y asociación inteligente, más que buscar el control buscan la evolución común a través del descubrimiento conjunto, más que adaptarse sumisamente a las expectativas de otro buscan desarrollar su plenitud como mecanismo de éxito.

Esos nuevos lideres sociales son empresarios, artistas, influencers, inventores, deportistas. Pues un efecto dramático de lo referido se produce en una disciplina en crisis: la política. En todo el mundo, por razones más sociológicas que institucionales, la política está perdiendo el monopolio de lo público, ya no detenta una autoridad superior ni goza del respeto heredado y está sometida al escrutinio y el control inmediato de una sociedad smartphonizada (inmediatista).

La política padece hoy el debilitamiento de un proceso relacional que antes le venía dado (no había que construirlo porque era natural a la “vieja” sociedad): la autoridad. Decía Georg Jellinek que el poder no es más que obediencia transformada, por lo que lo primero a administrar es la obediencia. Pues eso ya no ocurre como antes.

La autoridad (que el diccionario define como “poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho”) era, en la sociedad anterior, un presupuesto y algo concedido espontáneamente por muchos a favor de algunos (gobernantes, padres, profesores, jefes o sacerdotes). Pero, hoy, es casi inexistente a priori y, en condiciones normales, puede ser generada por tiempo limitado y para metas determinadas.

Lo que habíamos concebido como la política se basó en condiciones antiguas: superioridad, generalidad, imposición de reglas, ordenamiento. Pero hoy eso no funciona tan bien.

Todo ello produce una crisis política múltiple en las nuevas generaciones: desde el desinterés hasta la deslegitimación, pasando por el descreimiento y llegando a la impopularidad. Y ha hecho desaparecer los buenos viejos lideres políticos (hechos en el modelo anterior).

Y las sociedades, ante el descalce entre el modelo de nuevo liderazgo preeminente y el tradicional político, han comenzado a reaccionar a través de violentas protestas callejeras, votos a candidatos radicalizados y hasta descreimientos y desobediencias. Lo que ocurre es que, mayormente, la política quedó descalzada.

Así, la crisis mundial de la política no obedece a que los lideres de hoy son menos idóneos: en estas condiciones no es fácil que aparezca un Churchill o un Reagan o un Adenauer. Porque asistimos a un cambio sustancial en los modelos de organización social y hay ámbitos que aún no se adaptaron.

  • Por su interés reproducimos este artículo de Marcelo Elizondo publicado en el diario Clarín

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