El más listo de aquel curso en la facultad fue José Luis Miranda, de un metro sesenta más o menos, que sabía responder a todo lo que se le preguntara. Y cuando alguien pretendía humillar a un compañero, acudía a José Luis por si sabía algún chisme del sujeto que pudiera avinagrarlo. Y también lo sabía. Con algo había que compensarle, pero la maldad siempre tiene su precio.
Como entonces no había móviles ni grabaciones ni artilugio alguno que pudiera demostrar los enredos solicitados, José Luis mostraba seguridades que no había visto valiéndose de indicios: era su modo de ovillar la desmesura… Muchos cayeron en la trampa.
Hasta que un perjudicado, más bajito que él pero con plataformas como Sarkozy, decidió sorprenderlo en la cama con una compañera casada que, a su vez, se lo había confidenciado a la víctima. Y se acabó el prestigio de José Luis Miranda, que luego hizo oposiciones a fiscal o algo así y subió, tan bajito como era, hasta un escalafón importante. Pero como las alturas, según Séneca, pueden ser también despeñaderos, a la espera está de que algún audio moderno lo redima.
Pedro Villarejo