Los 36 años de crímenes del cabo José Luis

24 de octubre de 2023
9 minutos de lectura
El guardia civil, delante de informaciones sobre algunos de los crímenes en los que ha trabajado. /CARLOS GORO
El guardia civil, delante de informaciones sobre algunos de los crímenes en los que ha trabajado. /CARLOS GORO
Por sus manos han pasado algunos de los casos más violentos ocurridos en las últimas décadas, como el de ‘la cabeza de momia’, el de la joven raptada encontrada muerta en un pantano o el crimen de la bañera, en Las Rozas. “El mal, como el bien, están en la condición humana y la brutalidad y el horror no tienen límites”, sostiene este investigador de la Policía Judicial de la Guardia Civil

Nació en el cuartel de la Guardia Civil de un pueblo sevillano, Constantina, así que el ‘verde benemérito’ lo traía de serie. José Luis Gómez Pérez, de 57 años, acaba de pasar a la reserva activa en el Cuerpo y deja atrás 36 años de servicio, de ellos 27 en la Policía Judicial, que es la unidad que se encarga de investigar los hechos más relevantes, como un crimen.

Tenía 21 años cuando ingresó en el Cuerpo como auxiliar y su primer destino lo tuvo en un pueblo de Gerona, Camprodón. Tiene una memoria prodigiosa y es capaz de recordar con detalle fechas, lugares, calles y hasta los nombres y dos apellidos de las víctimas y de sus asesinos. 

No extraña que tenga la secuencia de su primer servicio: la detención en la calle Valencia de Camprodón de Cristóbal Lobo Pérez, un delincuente habitual del lugar conocido por sus muchas fechorías. “Tenía la extraña sensación de miedo y de temor porque no sabía si había procedido correctamente”.

Pero no tardaría mucho antes de que la vida profesional del agente Gómez Pérez, y de alguna forma también la personal, cambiase por completo.

Un barrio ‘muy particular’

Al cabo de un tiempo se convocaron plazas para la Policía Judicial y el entonces capitán Diego Pérez de los Cobos, que estaba al frente de la unidad, lo eligió. Se incorporó primero al equipo de Las Rozas, en Madrid, un lugar elitista que por usar sus palabras “tiene un microclima social muy particular”.

Tres años después, logró plaza en Granada, lugar en el que iba a desempeñar una intensa labor en algunos de los casos más sórdidos, crueles y violentos que han acaparado las portadas de los medios durante las últimas décadas.

El  cabo José Luis es un amante del orden. No deja nada a la improvisación y no extraña nada que su ‘quehacer profesional’ esté perfectamente archivado en carpetas en las que conserva recortes de prensa, notas, fotos y documentos de cada uno de los casos en los que ha trabajado.

Algunas de las imágenes inéditas y desconocidas todavía hoy impresionan al verlas porque fueron tomadas en el escenario del crimen con los cuerpos en el lugar y por la forma en la que estos fueron encontrados. Es como una galería del horror.

Conmoción social

Ojearlas es echar una mirada a sucesos que han conmocionado a la sociedad a lo largo de casi treinta años. Están los casos de la banda juvenil que mató al dueño de un pub, el cadáver encontrado en un vertedero de basuras, el menor que mató a su primo durante la fiesta de cumpleaños, la tortura y brutal asesinato de un hombre en su cortijo.

Pero también el terrible asesinato de un joven raptado en un parque, el caso del menor que mató a su madre de un disparo por contrariarle un deseo, el espeluznante crimen de ‘la cabeza de momia’, en Armilla (Granada), o el de una mujer en la bañera de su casa, en Las Rozas (Madrid.)

La lista es larga y recorre multitud de municipios en los que el sinsentido forma parte de lo peor del ser humano.

Todos dejan huella profesional y algunos pasan factura en el plano personal “porque no acabas de acostumbraste del todo a encontrarte con la muerte de esta forma.

Por mucho que se intente, por mucho que nos preparen y nos formen, no es fácil permanecer impasible cuando se ven cosas como las que he visto. Nadie está preparado para afrontar el horror y hacer tu vida como si nada, aunque acabes aceptándolo como parte de ‘tu normalidad’, de tu trabajo”.

La cabeza de momia

Uno de esos casos que marcaron a José Luis fue el que se acabó conociendo como ‘el de la cabeza de momia’. Ocurrió en junio de 2002. Era un sábado caluroso.

El equipo de José Luis recibió el aviso sobre un cadáver aparecido en un piso de alquiler de la calle Real de Armilla, junto a la iglesia.

Cuando llegaron a la vivienda desde la misma entrada se apreciaba al fondo el salón y en un sillón situado a la derecha de la habitación se encontraba un hombre sentado.

Estaba vestido con pijama azul y tenía la cabeza recostada sobre un reposabrazos y completamente envuelta en cinta de embalar paquetería. Había sido torturado con crueldad, pero su muerte se produjo por asfixia.

“Me impresionó verlo y mucho más cuando fui descubriendo su historia, la de un hombre con una discapacidad intelectual del 67% que jamás había hecho daño a nadie, un inocente sin maldad que confió en quien no debía y todo para robar una bolsa de deportes con cintas de vídeo”.

El lugar y el momento equivocados…

Sostiene este investigador que en el escenario de un crimen lo primero es tener una secuencia real de lo que hay y observar cómo está el lugar de los hechos. “Cuando salen los de criminalística entramos nosotros. En el caso de Armilla, pasamos semanas y meses muy perdidos. Chequeamos cada uno de los círculos de relaciones en las que podía moverse la víctima, conocidos, familia… y fue un conductor de autobús en la línea de Armilla el que nos puso en la pista que nos llevó a esclarecer el caso”.

Los autores, una prostituta y su proxeneta, fueron localizados y detenidos en Madrid. “Ese día fue importante para mí porque por fin pudimos hacer justicia con la muerte de José Luis, que tenía 47 años”.

“Fue difícil resolver este caso porque no terminábamos de averiguar el por qué, el móvil. ¿Qué sentido tenía el asesinato de un hombre que jamás había hecho daño a nadie?”

Para este investigador muchas veces detrás de un crimen está la casualidad, la fatalidad, estar en el lugar y el momento equivocados.

La mala suerte…

“El crimen organizado y planeado minuciosamente existe, claro, pero he visto más casos en los que la suerte, la mala suerte de alguien, está detrás de un acto irracional y bárbaro, como fue el caso de la joven raptada cuando hacía deporte que fue encontrada en el Cubillas. Pasa más veces de lo que pensamos”.

Como el de Armilla hubo otro asesinato que marcó al agente. Llegó el aviso de que un niño había salido de una casa gritando que su papá le había hecho daño a su madre. Llegaron al domicilio el cabo José Luis y un compañero.

“De fondo se escuchaban las noticias Radio Nacional de España, Radio 1. Era una casa adosada de varias plantas que empezamos a recorrer. A medida que subíamos al piso superior se oía la radio más fuerte y en el cuarto de baño encontramos a la mujer literalmente cosida a puñaladas, no había una parte de su cuerpo sin heridas”.

Y agrega: “Me impresionó ver aquel cuerpo destrozado mientras se escuchaba el informativo en la radio junto a ella. El asesino apareció muerto días después en un descampado, dentro de su coche. Bebió anticongelante y estaba quemado por dentro. Según la autopsia, se pasó minutos golpeándose la cabeza dentro del coche por el dolor”.

En ocasiones la investigación es “relativamente fácil”, aunque siempre hay que ser rigurosos con los detalles o las causas, pero lo habitual es que un caso sea un puzzle, un rompecabezas que hay que ordenar.

“Recuerdo el caso de un joven que violó a varias mujeres. Su primera víctima fue Sandra, durante las fiestas populares; después vinieron muchas más, como Alicia, esposa de un coronel del Ejército, hasta que pudimos identificarlo y detenerlo”.

Detalles y curiosidad

En la investigación los detalles son vitales, y también la curiosidad hasta en lo que pueda parecer absurdo. “He sido y soy muy concienzudo y curioso; no se puede dejar de lado la curiosidad si se quiere ser un buen investigador. A mí siempre me ha gustado escuchar mucho y contar poco porque la indiscreción puede arruinar un caso y dejar que alguien se salga con la suya. Cuando ocurre el crimen de ‘la cabeza de momia’, el ADN, las ciencias forenses y la tecnología no estaban tan a la orden del día como hoy. Llegamos a los autores por indicios que nos dieron pruebas fiables”.

El agente recalca que en la actualidad los móviles, las cámaras de seguridad, la ciencia forense o el ADN son grandes aliados de los investigadores para resolver un crimen, “pero antes estábamos muy en pañales, por eso era tan importante ser rigurosos en nuestro trabajo y quizás tener habilidades especiales para fijarse en lo que solo se ve si se sabe buscar”.

José Luis y los que como él trabajan en Policía Judicial son maestros de la sagacidad, de la intuición y la perseverancia. “Este tipo de labor es un trabajo de equipo y en equipo y el resultado final es producto del talento y del esfuerzo de todos”.

Ser machacones

La consigna era ser ‘machacones’ y nunca dar nada por perdido ni por sabido en un trabajo en equipo en el que todos aportan y suman.

“Por eso hay casos que llevan meses de trabajo, como el ‘rambo de una ciudad andaluza’, que primero acuchilló en la femoral a un vecino y después la emprendió a tiros con un fusil en plena calle. Se fugó y pasaron meses hasta que pudimos dar con él en Cartagena”.

Esta vez fue el dinero el que ayudó a encontrarlo por una llamada a su madre para pedirle ayuda. Tenía que recoger los fondos en una sucursal a la que envió a su compañera, María Jesús Gómez. “Cuando salió la seguí y la vi montarse en un Renault 21, tipo ranchera, que conducía él. Lo saqué literalmente por la ventanilla del coche”.

Su cometido ha sido hacerle la vida imposible a los malos para que paguen por sus actos y en el haber se lleva la satisfacción de conseguirlo casi siempre, pero en el camino también quedan espinas clavadas.

Su gran gran frustración ha sido el caso de un hombre de Alfacar (Granada), Antonio Rojas Baena, de poco más de 80 años, con problemas de visión, que cada día y así durante los últimos cincuenta años de su vida, hacía el recorrido desde su casa hasta un cortijo próximo, situado a menos de 500 metros.

“Un día desapareció y hasta la fecha no se sabe nada de él. Yo tenía fundadas sospechas de lo que pudo ocurrirle y de quién fue el responsable, pero como no apareció su cuerpo y sigue sin aparecer, no pudimos actuar”.

Sensación agridulce

Para este agente resolver un asesinato provoca una inmensa ‘sensación agridulce’ de felicidad. Agridulce porque una persona perdió la vida, pero feliz porque se ha podido castigar al culpable.

“Cada vez que alguien acaba en la cárcel por cometer un crimen es una forma de rendir homenaje a cuántos les destrozó la vida, que son las víctimas pero también sus familias”.

Reconoce que ha visto padres muertos en vida tras perder a un hijo y esposas destrozadas tras perder al padre de sus hijos, y a menudo de la forma más violenta y absurda por la fatalidad, por el instinto macabro. “Por eso me tomo tan en serio mi trabajo, porque es una manera de intentar aliviar el dolor y de recomponer el destrozo, aunque parezca fácil decirlo”.

Afirma el agente de la Guardia Civil que en ocasiones se ha sentido “cerca del cielo” cuando se ha pasado meses de trabajo y al final ha podido ayudar a que se haga justicia.

“Me he pasado muchas noches sin dormir, he tragado saliva y he sentido dolor tratando de ponerme en el lugar de esas familias rotas por la crueldad, por eso reconforta que los malos paguen por sus actos”.

Por su experiencia de 36 años de servicio en la calle no tiene duda de que detrás del crimen están los siete pecados capitales, “a veces la avaricia o la envidia, otras la lujuria, la ira o la soberbia, y a veces más de uno a la vez porque el mal, como el bien, están en la condición humana”.

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